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Sé que esta opinión va a causar, probablemente, apasionadas discusiones y no pocas descalificaciones a diestro y siniestro. Y se también que algunas de ellas, quizá las más áridas, provengan de lo que convencionalmente llamamos nuestras propias filas, eufemismo este, por cierto, cada vez más complejo de descifrar, pero tengo una opinión, una obligación moral, un compromiso militante y un pacto con la verdad y soy, además, candidato a la Asamblea de Madrid por la única lista socialpatriota que podremos hallar en los comicios del 4 de mayo. No en vano, presentar candidaturas en España es una yincana para irreductibles y a veces ni estos lo logran.

 

Las elecciones a la Comunidad de Madrid son – aunque algunos parecen ignorarlo – de circunscripción única (como las europeas) por lo que todos los votos en juego tienen el mismo valor y van al mismo saco de recuento. Es decir, que no hay pérdidas ni desperdicios marginales porque uno decida votar a su opción preferida, cuando estas se encuentran entre las mayoritarias y con representación en la cámara. El fantasma pues, de concentración de voto, de vuelta al bipartidismo, de cambiar una vez más de chaqueta, en virtud del tan manido voto útil o del, peor aún, no es el momento, es, directamente, una falsedad que conocen perfectamente quienes alientan esa falacia con el objeto de concentrar el voto.

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Llegan otras elecciones y de nuevo vuelven las dudas y hasta las discusiones entre camaradas u otros compatriotas que no se identifican en absoluto con el sistema (algunos, como yo, lo aborrecéis y pensáis que hay que derribarlo cueste lo que cueste), de si presentarse o no al circo electoral y de si acudir a votar o no el día de la siniestra fiesta de la democracia.

 

No pretendo con estas líneas convencer a nadie, pero sí argumentar mi posicionamiento en ambos aspectos, por un lado el de pese a no creer en “su democracia” y “sus elecciones”, presentar una candidatura totalmente contraria al sistema que queremos combatir, y, por otro lado, el de respaldarla con nuestro voto, aun sabiendo que las opciones de obtener representación electoral son prácticamente nulas, y digo lo de “prácticamente” porque soñar es gratis y uno es tan optimista como revolucionario, de hecho, una cosa lleva a la otra, y la otra a la una.

 

Ratio: 4 / 5

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España, que como en otros tiempos, vuelve a estar dividida por los partidos políticos, se encuentra en plena decadencia. 

Es debido a los partidos, que la nación queda dividida por unos intereses de grupo, se forman las izquierdas y las derechas, que en vez de unir a sus ciudadanos con la búsqueda de las soluciones más justas, deciden que es mejor tener contentos a sus votantes y mantener, como gobernantes inflexibles, sus puestos en el parlamento.

El sistema democrático en España, explicado de la forma más simple funciona de la siguiente forma.

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Mi primera reacción ante la presentación de la candidatura falangista a las elecciones autonómicas de Madrid fue de escepticismo. Los que ya llevamos unos años soportando la periódica tramoya electorera de la partitocracia del 78 sabemos, por amarga experiencia, que todo el tinglado está montado de tal forma que es prácticamente imposible que una opción disidente tenga la más mínima posibilidad de éxito.

 

Los espacios electorales de las candidaturas opuestas al monipodio oficial son cuidadosamente relegados a horarios de mínima audiencia. La Cosa Nostra periodística, con su cerco de silencio -cuando no de calumnias y mentiras- a las opciones patriotas, hace que cualquier candidatura disidente que concurra a la tómbola electoral no tenga la más mínima posibilidad frente a las generosamente financiadas cuadrillas de trileros de los partidos oficialistas. 

 

Ratio: 5 / 5

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Plataformas como OnlyFans son un ejemplo más de cómo la tecnología digital puede ser: (i) un medio óptimo para enriquecer a depredadores sin escrúpulos; (ii) un tentador reclamo para que jóvenes de ambos sexos se prostituyan con ingresos fáciles y cuantiosos, y (iii) una eficaz arma para socavar masivamente los cimientos morales de cualquier sociedad.

 

La “religión del dinero” no se para en barras, pues su finalidad no viene circunscrita a límites de ninguna clase. Su razón de ser no es otra que el lucro. Cuanto mayor y más rápido, más satisface a sus devotos.