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Quienes me conocen saben que no soy un periodista impulsivo. No soy una persona impulsiva. No me gusta prejuzgar, no me gusta equivocarme con un juicio precipitado. Me gusta analizar, comprobar y tener una opinión formada sobre las cosas después de dedicar un tiempo a meditarlas. Es mi forma de entender la vida y mi manera de ser periodista. Aborrezco a los periodistas irresponsables, y me espanta esa forma de ejercer la profesión que consiste en soltar cualquier burrada creyendo que uno tiene derecho a ello gracias al artículo 20 de la Constitución. Conmigo que no cuenten para defender ese "periodismo".

 

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Hoy es el Día de la Hispanidad. El día de los patriotas españoles, el de aquellos que creemos que España, al menos culturalmente, espiritualmente, no se termina en los límites que marca la geografía nacional. Hoy es un día para el sano orgullo de quienes tenemos a la Patria como nuestra segunda madre, y muy especialmente ahora que algunos enanos mentales quieren destrozarla para repartirse los pedazos.

 

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Rusia aprueba la castración 

Una de las cosas que nos ha enseñado la democracia liberal relativista que nos trajo la Transición es que el reo es portador de derechos universales por encima del resto de los mortales. Un delincuente tiene más derechos que un no delincuente, porque lo que busca este sistema es dar las máximas garantías a los delincuentes, no a la gente normal. Los que no robamos, no matamos, no secuestramos, no agredimos, estamos obligados a cumplir la ley sin salirnos ni un milímetro del margen establecido; el delincuente, en cambio, tiene una amplísima oferta de excepciones y medidas especiales a su disposición.

 

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La corrupción española no es un accidente sino una conspiración

La sensación es generalizada: nunca ha habido en España esta mezcla, tan explosiva como hedionda, de corrupción moral, ausencia total de valores, falta absoluta de respeto a la ley por parte de la clase dirigente, y carencia de rumbo político. Es como si hubiera entrado un extraño virus: el virus de la incompetencia y la mediocridad, el que deja a las personas inermes ante la carcoma de la putrefacción moral, que siempre antecede a la de la carne. El liberalismo y la democracia, palabras mitificadas por los apóstoles de la modernidad, nos han despojado de las virtudes que siempre, históricamente, habíamos demostrado como pueblo y nos han convertido en lo que somos hoy: un país en jaque mate.

 

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Una sociedad que desprecia las cosas más importantes, como la defensa de la vida humana, y centra sus prioridades y anhelos en lo más banal, como la tecnología o el ocio, no solamente no tiene ningún futuro, sino que el presente la puede hacer desaparecer sin contemplaciones. Occidente, gracias a una clase política realmente despreciable en términos generales, y a una ciudadanía que es víctima pero también cómplice de sus representantes, sólo merece la pena desde el punto de vista de la esperanza que aún tenemos de que pueda redimirse y cambiar su rumbo 180º.