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Nosotros, como orgullosos hijos de España, somos portadores de valores que superan lo material y lo individual; Valores que nos obligan a defender, con todos los medios a nuestro alcance, principios irrenunciables.

Llevamos décadas de ataques continuos contra los dos grandes pilares Nacional Sindicalistas: la Patria y la Justicia Social. Y, parece, que nos encontramos ya, a las puertas de un grave ataque a la sagrada Unidad Nacional.

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Los medios extranjeros hablan de generación perdida en España

      

       Decía Ortega que cada 15 años se produce una nueva generación intelectual. Bien, hoy, en el año 2014, tenemos que retroceder 30 años, hasta 1984, para darnos cuenta de que llevamos dos generaciones bastardas, y no me refiero a una bastardía genética por nacimiento extramatrimonial, no, me refiero a una bastardía mucho más profunda y delicada, la bastardía espiritual.

       Las dos últimas generaciones no han sido fieles a la herencia espiritual que secularmente llevamos recibiendo los españoles.

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Hoy es el Día de la Hispanidad. El día de los patriotas españoles, el de aquellos que creemos que España, al menos culturalmente, espiritualmente, no se termina en los límites que marca la geografía nacional. Hoy es un día para el sano orgullo de quienes tenemos a la Patria como nuestra segunda madre, y muy especialmente ahora que algunos enanos mentales quieren destrozarla para repartirse los pedazos.

 

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Quienes me conocen saben que no soy un periodista impulsivo. No soy una persona impulsiva. No me gusta prejuzgar, no me gusta equivocarme con un juicio precipitado. Me gusta analizar, comprobar y tener una opinión formada sobre las cosas después de dedicar un tiempo a meditarlas. Es mi forma de entender la vida y mi manera de ser periodista. Aborrezco a los periodistas irresponsables, y me espanta esa forma de ejercer la profesión que consiste en soltar cualquier burrada creyendo que uno tiene derecho a ello gracias al artículo 20 de la Constitución. Conmigo que no cuenten para defender ese "periodismo".

 

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La corrupción española no es un accidente sino una conspiración

La sensación es generalizada: nunca ha habido en España esta mezcla, tan explosiva como hedionda, de corrupción moral, ausencia total de valores, falta absoluta de respeto a la ley por parte de la clase dirigente, y carencia de rumbo político. Es como si hubiera entrado un extraño virus: el virus de la incompetencia y la mediocridad, el que deja a las personas inermes ante la carcoma de la putrefacción moral, que siempre antecede a la de la carne. El liberalismo y la democracia, palabras mitificadas por los apóstoles de la modernidad, nos han despojado de las virtudes que siempre, históricamente, habíamos demostrado como pueblo y nos han convertido en lo que somos hoy: un país en jaque mate.