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La España surgida del régimen del 78 ha visto crecer en sus entrañas un fenómeno extraño: las asociaciones de víctimas del terrorismo. En un mundo ideal no deberían tener sentido. Sin embargo, hubo que crearlas. Las asociaciones de víctimas del terrorismo son la punta de lanza que recuerda al Estado que es subsidiario de los crímenes que causa el terrorismo, sea el que sea.

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Mariano Rajoy y José María Aznar.

 

La mediocridad de los tiempos que nos ha tocado vivir, y de sus protagonistas políticos, hace que las viejas glorias, aunque presenten en sus currículos más sombras que luces, enseñen la patita de cuando en cuando, en la seguridad de que, con poco que hagan, volverán a ocupar las más altas responsabilidades. Ha pasado en Francia, donde Sarkozy ha vuelto para intentar recomponer una derecha moderada que simplemente se ha volatilizado, o en Grecia, donde al margen de lo que ocurra hoy, tuvo que volver Papandreu a dar oxígeno al socialismo moderado. 

 

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Ayer murió Bolinaga. Nada que celebrar. Ha muerto en su casa, rodeado de los suyos. Sus tres asesinatos probados y el secuestro de Ortega Lara le han salido muy baratos. Morirnos, nos morimos todos, y todos tenemos familiares, amigos y enemigos. Siempre habrá alguno de estos últimos dispuesto a descorchar una botellita el día que doblemos. Nada que celebrar, por tanto. En todo caso...mucho que lamentar. 

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Josu Uribetxeberria Bolinaga, en Mondragón (Guipúzcoa). | Foto: Atlas

 

Vivimos en el tiempo de los eufemismos. De llamar a las cosas con nombres raros o inventados. Intentado dulcificar o maquillar realidades. Pero las cosas tienen una naturaleza, son como son; y al final, de poco valen las maquinaciones de manipuladores y acomplejados.

 

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Para que tengan Vds. claras mis cartas desde el principio, yo no soy Charlie Hebdo. Les he hablado en este programa muchas veces de la exigencia de responsabilidad en un periodista. Los que nos sentimos orgullosos de pertenecer a esta profesión somos los que más cuidamos los límites de la libertad de expresión, que nunca puede ser un derecho absoluto. Son precisamente la escoria de la profesión, los que usan este oficio para medrar o alcanzar notoriedad, los que pretenden convertir en absolutos derechos que, siendo importantes, necesariamente deben tener límites.