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Los que no tenemos una especial inclinación hacia la monarquía, solemos reconocer algunos valores inherentes a la institución que pueden ser beneficiosos para el Bien Común. El principal y más importante, sin duda, es la estabilidad institucional. El segundo, cada vez más discutible en España, el prestigio de la Corona gracias a la tradición histórica, si bien dicho prestigio, en puridad, habría que limitarlo casi en exclusiva a la corta dinastía de los Austrias, y en alguna excepción borbónica.

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En general, los hombres que conforman los "peshmergas" -sean kurdos o árabes- son personas con valores tradicionales de religión musulmana. Lejos de los  radicalismos de los wahabistas o de los salafistas suníes, conservan una religión y una cultura arraigada en estos pueblos.

Me hace gracia contemplar cómo el llamado Occidente posmoderno se vanagloria de una supuesta superioridad, mientras trata de imponer unos antivalores sociales ajenos a toda tradición.

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Me levanto cada día en un país podrido, tan podrido que el olor duerme a la población, que se queda en la posición de creer lo que le ofrece el primero que se presenta. 

La situación que atraviesa España es una “muerte anunciada”, algo pactado y estudiado para que, desde el escaparate del pueblo, todo parezca una realidad democrática, cuando nos encontramos ante un escenario dantesco de una obra de teatro planeada desde las cloacas de nuestro propio sistema.

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Llevamos muchos años diciendo que el Sistema hace aguas por todas partes y es insostenible. La mayoría de los españoles ha preferido mirar al dedo cuando se estaba señalando la luna, han querido jugar a la democracia de partidos cuando lo que estaba en juego es la Patria común. Se han conformado con las migajas que nos legaron los padres de la Transición y hemos perdido lo más valioso que teníamos. Ahora, muchos empiezan a darse cuenta de lo que equivocados que estaban y preguntan con angustia: ¿y ahora qué?

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Pedro Sánchez delante de un retrato del fundador del PSOE, Pablo Iglesias. /Youtube

Pedro Sánchez delante de un retrato del fundador del PSOE, Pablo Iglesias. /Youtube

 

 

Existe en España, desde hace más de dos siglos, un anticlericalismo intelectualizado sostenido por sectores sociales ilustrados que han idealizado de modo acrítico los logros de la secularización. Con frecuencia se expresa en forma de entusiasmo efervescente en torno al mito de la modernidad y el progreso encarnados por la Europa laica, y viene a decir que los males de la sociedad española se resumen en el atraso causado por la influencia de la Iglesia.