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El Partido Popular pone un circo y le crecen los enanos, se le mueren las pulgas, el león se come al domador. El penúltimo escándalo de corrupción  y que afecta de lleno al partido popular, complica aún más si cabe el desolador panorama político español. No es que los socialistas estén mucho mejor, pero debemos de reconocerles su capacidad de siempre parecer ajenos a los casos de corrupción institucionalizada que por ejemplo se dan en Andalucía. No se trata ya de recurrir al consabido “y tu más”, se trata de acabar con una lacra que dura ya demasiado tiempo. Los ciudadanos tenemos la sensación de estar viviendo un proceso continuado de corrupción, donde unos y otros se han repartido nuestro dinero y donde la impunidad más absoluta ha imperado en distintas comunidades autónomas amparado al calor de políticos sin escrúpulos ni decencia.      

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Resultado de imagen de totalitarismo

El totalitarismo no es, como suele creerse, una inflación del aparato burocrático-administrativo del Estado, o acaso una proyección del poder omnímodo de este.  Aunque ciertamente así es como se ha presentado históricamente, esta es solo una de las posibilidades entre las muchas en que puede encarnarse.

La Kampuchea de los Khemeres rojos era totalitaria hasta el tuétano y, sin embargo, el Estado había sido destruido por los revolucionarios. Quizá nadie haya avanzado tanto en la senda del totalitarismo como los khemeres camboyanos; y, sin embargo, estos destruyeron todas las instituciones, el ejército, los tribunales, la policía, las universidades, la sanidad… ¿totalitarismo sin Estado? 

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Resultado de imagen de justicia ciega

Sinceramente, no sabría como calificar a la justicia española sin incurrir en algún tipo de delito o falta. Nos encontramos con asesinos, criminales y violadores en libertad, con nombres de terroristas en plazas y calles españolas y con una fiscalía que en algunos casos actúa más como abogado defensor que en labores propias de su función.

 

Recientemente, se reconocía que el lema de que “hacienda somos todos” era solo un eslogan publicitario. Tengo la sensación de que lo mismo sucede con la Justicia cuando nos dicen que “es igual para todos” o que “es ciega”.

 

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Resultado de imagen de parlamento español

Sin ser un apasionado del parlamentarismo ni del sistema representativo, no desconozco que por las Cortes Españolas, desde hace dos siglos con sede en la Carrera de San Jerónimo, han pasado hombres tan notables, oradores tan brillantes como Emilio Castelar, Antonio Cánovas del Castillo, Niceto Alcalá Zamora, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, José Antonio Primo de Rivera o Blas Piñar, por no cansarles con más nombres.

Otros, como Manuel Azaña, con cuyas ideas no comulgo, también merece el respeto a una altura intelectual no exenta del don de la elocuencia. Y es que en una cámara de representación de los ciudadanos no puede estar cualquiera. Precisamente, esos 350 escaños que hay actualmente en la Cámara Baja se supone que están reservados para los mejores españoles, para la excelencia política. Para aquellos que están llamados a la función de representarnos.

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Santiago Carrillo/ Wikimedia

Cuando, en la célebre novela de George Orwell 1984, O´Brien tortura a Winston, le aplica tanto dolor que este se siente incapaz de contar el número de dedos que el torturador extiende frente a sus ojos. Winston no miente: el atroz sufrimiento le induce a verlo todo borroso. O´Brien sonríe satisfecho, porque el objetivo del suplicio no es el dolor, sino inducir a la confusión entre lo verdadero y lo falso. Será cuestión de tiempo que su víctima vea la cantidad de dedos que deba ver.