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- Escrito por Jesús Muñoz
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El Siglo XX ha sido sin duda el de más días de paz de la historia de España. En los siglos anteriores, como pionera entre las naciones, forjadora de un imperio, defensora y difusora de la Fe y madre de nuevas naciones, ha tenido que enfrentarse con las armas a muchos y poderosos adversarios a lo largo de su prolongada trayectoria. Por ello no es de extrañar que la historia de nuestra Patria esté íntimamente unida a la de sus Ejércitos, y sus éxitos y fracasos estén unidos a los de sus soldados.
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- Escrito por Jesús Muñoz
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En “Eugenio”, Rafael García Serrano escribió la biografía del perfecto joven falangista que cayó con el corazón acrisolado por su amor a Dios y a España. El libro, “Eugenio o la Proclamación de la Primavera”, lo subtitula así: “ésta es como la historia del muerto que yo hubiera querido ser”.
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- Escrito por J. García Isac
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Cada día que pasa tengo claro que lo que pretende la actual clase política dirigente y sus secuaces es agotarnos, saturarnos, hastiarnos hasta que no podamos más y demos por bueno cualquier acuerdo o componenda que se inventen. Todo menos seguir soportando esta absurda situación, esta pantomima de amor y desamor, este circo de malos payasos y peores actores.
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- Escrito por Jesús Muñoz
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El mundo se ha terminado, y casi nadie se ha dado cuenta. Muchos esperaban grandes cataclismos, terremotos o diluvios universales, pero el fin del mundo ha llegado con el fin de la persona y su conversión de homo sapiens en homo consumens.
El fin del mundo como lo han conocido nuestros ancestros desde la noche de los tiempos se produjo en una escena que pude presenciar hace poco, cuando un alumno le dijo a un profesor “si no le hago casi a mi padre, no te lo voy a hacer a ti”.
Ahí me di cuenta: lo han conseguido. Han destruido a la persona como ser social –ya lo decía Aristóteles-, a la familia y, por descontado, toda idea de Patria o de trascendencia. En definitiva, nos han convertido en animales.
Ahí me di cuenta de que la educación –y la persona como receptáculo de dignidad- sólo tienen un enemigo: la democracia, y también aprendí que la infinita decadencia –la palabra se queda corta- de la educación en España no está causada por esta o aquella ley, ni por el aumento o descenso del gasto porcentual en educación, sino que es una crisis de civilización que aspira a destruir la obra divina de Dios: la persona. Por eso, no voy a hablar de dinero, ni de cifras, porque el problema de la educación no es económico, sino moral.
Este proceso de destrucción y degradación de la persona se ha concretado, en España, con la LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo) de 1990, que, queriendo utilizar la táctica del campo quemado con todo lo bueno de la educación franquista, lleva veinticinco años esquilmando de las aulas todo concepto de autoridad, convirtiendo al profesor en un peón que ni siquiera tiene potestad para suspender a los alumnos, ya que estos pueden reclamar al servicio de inspección, que siempre, por defecto, les da la razón. La pedagogía moderna quiere convertir la escuela en una democracia a escala y, por tanto, toda idea de autoridad es incómoda. Aunque no quieren confesar que lo que de verdad incomoda es la excelencia de la que deriva esa autoridad. Y es que confunden, entre otras cosas, autoridad con autoritarismo.
Y la causa de todo esto es evidente: la autoridad, la supervisión de una persona que sabe más que tú, es un palo en la rueda para una sociedad que entiende la democracia no como una forma de elegir a sus gobernantes – lo cual puede ser lícito- sino como la ignorancia forzosa, cristalizada en la mala educación, la vulgaridad, la degeneración, el aborto, el divorcio y un etcétera tan largo como se quiera.
Esto nos demuestra la perversión del sistema democrático actual, que quiere despojar al individuo de todo vínculo con su entorno, hasta creerse rey –“seréis como dioses”, decía la serpiente en el paraíso- de cuanto lo rodea, como vemos en los niños más pequeños, incapaces de aceptar un no por respuesta. Y, creyéndose los jóvenes de hoy reyes de todo, los han convertido en esclavos de todo.
El segundo objetivo de la LOGSE ha sido destruir la disciplina, no sólo la del grupo, sino la más importante, la de la persona consigo misma, al instaurar la llamada “educación comprensiva” (sic), que debilita al alumno bajando el nivel de exigencia intelectual y moral hasta límites insospechados, convirtiendo el esfuerzo en algo inútil y haciendo creer a nuestros jóvenes que da igual vivir de cualquier manera, y que la familia no es más que un escollo para el logro de sus deseos y la satisfacción de sus instintos. ¿Para qué trabajar si puedes pasar de curso con ocho –sí, ocho- asignaturas suspensas? ¿Cuántos de nosotros iríamos a nuestro trabajo si recibiéramos el mismo sueldo quedándonos en casa? Han olvidado que el propósito de un profesor no debe ser caer bien a los alumnos –de nuevo el igualitarismo-, sino transmitirles -mediante el ejemplo- sabiduría, y fortalecerlos para la vida real, que no es un juego de Play Station donde siempre puedes reiniciar y echar otra partida. La muerte de la disciplina lleva a la debilidad, y ésta a la degeneración. Sin aliento viril, sin coraje, la puerta a las drogas y a la vagancia están abiertas de par en par. Y la escuela debe contagiar a los jóvenes de fuerza, sabiduría, disciplina, patriotismo y fe.
Pero para el pensamiento democrático todas las opciones son válidas, todas las opiniones son respetables, todos los votos valen lo mismo, y por lo tanto la decadencia y el declive moral no son más que otra opción.
El tercer enemigo de la LOGSE ha sido la idea de España. Para degenerar a la persona nada es mejor que dejarla sin raíces, sin conciencia de lo que es y sin fe, y de paso se le hace un favor a los socios separatistas del gobierno de turno, que son los que gobiernan en la sombra. Por increíble que parezca, en un libro de Literatura española de Bachillerato, hoy, no aparece ni una sola vez la palabra España. Porque España es el enemigo del mundo moderno, y para destruir la forma de vida cristiana tienen que destruir España. La pedagogía moderna confunde libertad con liberarse de ataduras, olvidando que esos vínculos, precisamente, son los que arropan a la persona y la protegen de las inclemencias y las adversidades de la vida. Lo demás es liberalismo.
Nosotros, los falangistas, creemos en la dignidad de la persona, que es la creación divina insuflada del aliento de lo eterno. El ser humano debe aspirar al heroísmo, y nosotros queremos una escuela que forme no sólo profesionales, sino héroes de la vida cotidiana. Personas arropadas por los cuatro círculos concéntricos que deben envolver al ser humano para crecer sano, fuerte y feliz: la familia, el municipio, la patria y, por encima de todo, Dios. Fuera de estas coordenadas, el ser humano enloquece, y es carne de relativismo, degeneración, decaimiento y perdición.
Nosotros, los falangistas, queremos una España alegre e insuflada de vitalidad, donde la educación sea la mejor aliada de la Patria.
Nosotros, los falangistas, queremos una educación que oriente a los jóvenes en un mundo tan complejo como el actual, enseñándoles a distinguir entre el bien y el mal –dos palabras vetadas en los planes de estudio-.
Nosotros, los falangistas, queremos disciplina paramilitar en las aulas, porque la disciplina tonifica el espíritu y lleva al hombre a realizar los anhelos más profundos de su corazón.
Porque creemos en la persona como diseño de Dios y queremos elevarla, no convertirla en un mero instrumento de producción.
Porque las escuelas no están sólo para preparar para el “mercado” laboral, como si fuéramos ovejas.
Porque levantamos la bandera contra el materialismo insoportable del mundo moderno y nos duele cada joven que vemos desalentado, vacío, perdido en la eterna adolescencia a la que el sistema le obliga, en una rueda infinita de fines de semana que a los 30 deja de tener gracia.
Porque somos falangistas y levantaremos del suelo, uno a uno, a todos los españoles que han olvidado que son imagen de Dios, que tienen Patria, y que hay esperanza.
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- Escrito por Jesús Muñoz
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Lo sucedido esta semana en Francia, principalmente por su alarma social, no es nuevo ni debe extrañarnos o cogernos por sorpresa. Y no por lo que se apresuran a decir todos los prebostes de los medios a la luz que ofrecen las hemerotecas. No, no es porque ya tuviésemos atentados islámicos antes en Europa, en España concretamente, en Inglaterra, en Alemania, en Francia... no. Es porque Europa no ha hecho nada para contener la amenaza islamista salvo juegos de distracción para no reconocer que las políticas multiculturalistas eran un engendro de débiles mentales para no poner tope a la invasión coránica.
Sólo un estado en el mundo, sólo uno, ha librado sus conflictos de los últimos cuarenta años contra los enemigos de la Civilización Occidental. Sólo uno: Rusia.
Ruisa, criticada por su papel en Afganistán contra los talibanes armados por EEUU, criticada en Chechenia, en Ingusetia, y, más recientemente, en Siria, ha sido la única nación de la tierra que ha tenido claro que la convivencia con el islam es incompatible con el modus vivendi de la cristiandad, sea esta católica, ortodoxa o protestante. Rusia ha entendido que las guerras contra los grupos islamistas no son un problema político que se pueda arreglar con unos cuantos controles más en las aduanas o una mayor presencia policial en las principales oficinas administrativas del Estado. No, el problema es religioso.
Nada podría hacer el Islam en Europa si Europa no hubiese dejado de ser la luz del mundo para convertirse en la puta del liberalismo filosófico y del capitalismo económico. Nada.
Lo sucedido en Francia nos pone a todos muy nerviosos pero es la consecuencia lógica de sus políticas sociales: laicismo, inmigración y multiculturalismo. El laicismo que quitaba los crucifijos de las escuelas y no pasaba nada; que encumbraba a los altares de la libertad de expresión a tipos que lo mismo cargaban tintas contra Alá una vez al mes que contra Jesucristo y la Santísima Trinidad una vez por semana y no pasaba nada; inmigración masiva que convertía barrios enteros en guetos musulmanes y multiculturalismo que exigía derechos para quienes no tenían obligaciones por encima de los derechos de los que obligatoriamente cargaban con el sostenimiento del Estado. El laicismo es la llave que abrió las Termópilas y facilitó la invasión. Y los pobres ciudadanos europeos, contentos y pagados con sus recién estrenadas democracias liberales, aceptaron que en las sociedades libres más ofende la cruz que el burka o la sharia. Esa sociedad europea, débil y debilitada por sus políticos, es como la rana en la fábula de Esopo y no llega a entender cómo, al cruzar al alacrán a la otra orilla, éste le arrea un picotazo sólo porque está en su naturaleza.
Los teóricos de la geopolítica hablan de guerra asimétrica y saben que ni el país más fuerte del planeta, militarmente hablando, puede hacer nada contra los lobos solitarios y que la determinación de estos sorteará controles, vigilancias y escoltas y morderá de nuevo, antes o después. En esta guerra de religión a Europa sólo le cabe el ejemplo de las mujeres kurdas y para librarla no sirve de nada mandar efectivos del Ejército fuera de casa. Esta guerra se libra aquí, en nuestro suelo, y sus efectos colaterales los tendremos que pagar nosotros. Son nuestros hijos los que morirán, no los de Siria, Irak o Nigeria.
Eso, o dejar que nos invadan de una vez por todas.
Juan Manuel Pozuelo
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