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Cada día que pasa tengo claro que lo que pretende la actual clase política dirigente y sus secuaces es agotarnos, saturarnos, hastiarnos hasta que no podamos más y demos por bueno cualquier acuerdo o componenda que se inventen. Todo menos seguir soportando esta absurda situación, esta pantomima de amor y desamor, este circo de malos payasos y peores actores.

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El mundo se ha terminado, y casi nadie se ha dado cuenta. Muchos esperaban grandes cataclismos, terremotos o diluvios universales, pero el fin del mundo ha llegado con el fin de la persona y su conversión de homo sapiens en homo consumens.

El fin del mundo como lo han conocido nuestros ancestros desde la noche de los tiempos se produjo en una escena que pude presenciar hace poco, cuando un alumno le dijo a un profesor “si no le hago casi a mi padre, no te lo voy a hacer a ti”.

Ahí me di cuenta: lo han conseguido. Han destruido a la persona como ser social –ya lo decía Aristóteles-, a la familia y, por descontado, toda idea de Patria o de trascendencia. En definitiva, nos han convertido en animales.

Ahí me di cuenta de que la educación –y la persona como receptáculo de dignidad- sólo tienen un enemigo: la democracia, y también aprendí que la infinita decadencia –la palabra se queda corta- de la educación en España no está causada por esta o aquella ley, ni por el aumento o descenso del gasto porcentual en educación, sino que es una crisis de civilización que aspira a destruir la obra divina de Dios: la persona. Por eso, no voy a hablar de dinero, ni de cifras, porque el problema de la educación no es económico, sino moral.

Este proceso de destrucción y degradación de la persona se ha concretado, en España, con la LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo) de 1990, que, queriendo utilizar la táctica del campo quemado con todo lo bueno de la educación franquista, lleva veinticinco años esquilmando de las aulas todo concepto de autoridad, convirtiendo al profesor en un peón que ni siquiera tiene potestad para suspender a los alumnos, ya que estos pueden reclamar al servicio de inspección, que siempre, por defecto, les da la razón. La pedagogía moderna quiere convertir la escuela en una democracia a escala y, por tanto, toda idea de autoridad es incómoda. Aunque no quieren confesar que lo que de verdad incomoda es la excelencia de la que deriva esa autoridad. Y es que confunden, entre otras cosas, autoridad con autoritarismo.

Y la causa de todo esto es evidente: la autoridad, la supervisión de una persona que sabe más que tú, es un palo en la rueda para una sociedad que entiende la democracia no como una forma de elegir a sus gobernantes – lo cual puede ser lícito- sino como la ignorancia forzosa, cristalizada en la mala educación, la vulgaridad, la degeneración, el aborto, el divorcio y un etcétera tan largo como se quiera.

Esto nos demuestra la perversión del sistema democrático actual, que quiere despojar al individuo de todo vínculo con su entorno, hasta creerse rey –“seréis como dioses”, decía la serpiente en el paraíso- de cuanto lo rodea, como vemos en los niños más pequeños, incapaces de aceptar un no por respuesta. Y, creyéndose los jóvenes de hoy reyes de todo, los han convertido en esclavos de todo.

El segundo objetivo de la LOGSE ha sido destruir la disciplina, no sólo la del grupo, sino la más importante, la de la persona consigo misma, al instaurar la llamada “educación comprensiva” (sic), que debilita al alumno bajando el nivel de exigencia intelectual y moral hasta límites insospechados, convirtiendo el esfuerzo en algo inútil y haciendo creer a nuestros jóvenes que da igual vivir de cualquier manera, y que la familia no es más que un escollo para el logro de sus deseos y la satisfacción de sus instintos. ¿Para qué trabajar si puedes pasar de curso con ocho –sí, ocho- asignaturas suspensas? ¿Cuántos de nosotros iríamos a nuestro trabajo si recibiéramos el mismo sueldo quedándonos en casa? Han olvidado que el propósito de un profesor no debe ser caer bien a los alumnos –de nuevo el igualitarismo-, sino transmitirles -mediante el ejemplo- sabiduría, y fortalecerlos para la vida real, que no es un juego de Play Station donde siempre puedes reiniciar y echar otra partida. La muerte de la disciplina lleva a la debilidad, y ésta a la degeneración. Sin aliento viril, sin coraje, la puerta a las drogas y a la vagancia están abiertas de par en par. Y la escuela debe contagiar a los jóvenes de fuerza, sabiduría, disciplina, patriotismo y fe.

Pero para el pensamiento democrático todas las opciones son válidas, todas las opiniones son respetables, todos los votos valen lo mismo, y por lo tanto la decadencia y el declive moral no son más que otra opción.

El tercer enemigo de la LOGSE ha sido la idea de España. Para degenerar a la persona nada es mejor que dejarla sin raíces, sin conciencia de lo que es y sin fe, y de paso se le hace un favor a los socios separatistas del gobierno de turno, que son los que gobiernan en la sombra. Por increíble que parezca, en un libro de Literatura española de Bachillerato, hoy, no aparece ni una sola vez la palabra España. Porque España es el enemigo del mundo moderno, y para destruir la forma de vida cristiana tienen que destruir España. La pedagogía moderna confunde libertad con liberarse de ataduras, olvidando que esos vínculos, precisamente, son los que arropan a la persona y la protegen de las inclemencias y las adversidades de la vida. Lo demás es liberalismo.

 

 

Nosotros, los falangistas, creemos en la dignidad de la persona, que es la creación divina insuflada del aliento de lo eterno. El ser humano debe aspirar al heroísmo, y nosotros queremos una escuela que forme no sólo profesionales, sino héroes de la vida cotidiana. Personas arropadas por los cuatro círculos concéntricos que deben envolver al ser humano para crecer sano, fuerte y feliz: la familia, el municipio, la patria y, por encima de todo, Dios. Fuera de estas coordenadas, el ser humano enloquece, y es carne de relativismo, degeneración, decaimiento y perdición.

Nosotros, los falangistas, queremos una España alegre e insuflada de vitalidad, donde la educación sea la mejor aliada de la Patria.

Nosotros, los falangistas, queremos una educación que oriente a los jóvenes en un mundo tan complejo como el actual, enseñándoles a distinguir entre el bien y el mal –dos palabras vetadas en los planes de estudio-.

Nosotros, los falangistas, queremos disciplina paramilitar en las aulas, porque la disciplina tonifica el espíritu y lleva al hombre a realizar los anhelos más profundos de su corazón.

Porque creemos en la persona como diseño de Dios y queremos elevarla, no convertirla en un mero instrumento de producción.

Porque las escuelas no están sólo para preparar para el “mercado” laboral, como si fuéramos ovejas.

Porque levantamos la bandera contra el materialismo insoportable del mundo moderno y nos duele cada joven que vemos desalentado, vacío, perdido en la eterna adolescencia a la que el sistema le obliga, en una rueda infinita de fines de semana que a los 30 deja de tener gracia.

Porque somos falangistas y levantaremos del suelo, uno a uno, a todos los españoles que han olvidado que son imagen de Dios, que tienen Patria, y que hay esperanza.

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Lo sucedido esta semana en Francia, principalmente por su alarma social, no es nuevo ni debe extrañarnos o cogernos por sorpresa. Y no por lo que se apresuran a decir todos los prebostes de los medios a la luz que ofrecen las hemerotecas. No, no es porque ya tuviésemos atentados islámicos antes en Europa, en España concretamente, en Inglaterra, en Alemania, en Francia... no. Es porque Europa no ha hecho nada para contener la amenaza islamista salvo juegos de distracción para no reconocer que las políticas multiculturalistas eran un engendro de débiles mentales para no poner tope a la invasión coránica.



Sólo un estado en el mundo, sólo uno, ha librado sus conflictos de los últimos cuarenta años contra los enemigos de la Civilización Occidental. Sólo uno: Rusia.

 
Ruisa, criticada por su papel en Afganistán contra los talibanes armados por EEUU, criticada en Chechenia, en Ingusetia, y, más recientemente, en Siria, ha sido la única nación de la tierra que ha tenido claro que la convivencia con el islam es incompatible con el modus vivendi de la cristiandad, sea esta católica, ortodoxa o protestante. Rusia ha entendido que las guerras contra los grupos islamistas no son un problema político que se pueda arreglar con unos cuantos controles más en las aduanas o una mayor presencia policial en las principales oficinas administrativas del Estado. No, el problema es religioso.
 
 
Nada podría hacer el Islam en Europa si Europa no hubiese dejado de ser la luz del mundo para convertirse en la puta del liberalismo filosófico y del capitalismo económico. Nada.
Lo sucedido en Francia nos pone a todos muy nerviosos pero es la consecuencia lógica de sus políticas sociales: laicismo, inmigración y multiculturalismo. El laicismo que quitaba los crucifijos de las escuelas y no pasaba nada; que encumbraba a los altares de la libertad de expresión a tipos que lo mismo cargaban tintas contra Alá una vez al mes que contra Jesucristo y la Santísima Trinidad una vez por semana y no pasaba nada; inmigración masiva que convertía barrios enteros en guetos musulmanes y multiculturalismo que exigía derechos para quienes no tenían obligaciones por encima de los derechos de los que obligatoriamente cargaban con el sostenimiento del Estado. El laicismo es la llave que abrió las Termópilas y facilitó la invasión. Y los pobres ciudadanos europeos, contentos y pagados con sus recién estrenadas democracias liberales, aceptaron que en las sociedades libres más ofende la cruz que el burka o la sharia. Esa sociedad europea, débil y debilitada por sus políticos, es como la rana en la fábula de Esopo y no llega a entender cómo, al cruzar al alacrán a la otra orilla, éste le arrea un picotazo sólo porque está en su naturaleza.
 
 
Los teóricos de la geopolítica hablan de guerra asimétrica y saben que ni el país más fuerte del planeta, militarmente hablando, puede hacer nada contra los lobos solitarios y que la determinación de estos sorteará controles, vigilancias y escoltas y morderá de nuevo, antes o después. En esta guerra de religión a Europa sólo le cabe el ejemplo de las mujeres kurdas y para librarla no sirve de nada mandar efectivos del Ejército fuera de casa. Esta guerra se libra aquí, en nuestro suelo, y sus efectos colaterales los tendremos que pagar nosotros. Son nuestros hijos los que morirán, no los de Siria, Irak o Nigeria.

 

Y es una guerra que se puede ganar porque ya se ha ganado antes. Bastaría, entre otras cosas, con retornar los crucifijos a las aulas; con censurar a los dibujantes que hacen mofa de sentimientos religiosos, profundos y arraigados en el corazón del hombre desde que vio su existencia como especie, amparándose en otros fabricados por constituciones y consensos como el de libertad de expresión y que, en realidad, es impunidad para el insulto, la injuria y la calumnia; bastaría con que en Europa sus Estados se blindasen ante una inmigración masiva islámica y borrasen de sus mapas el 90% de las mezquitas y oratorios; bastaría con reconocer que el caso de Kosovo fue el preludio de lo que habría de llegar, que nuestras bombas cayeron allí sobre nosotros y mataron europeos para franquear el paso al islam.
 
Eso, o dejar que nos invadan de una vez por todas.
 
 

Juan Manuel Pozuelo

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Los medios extranjeros hablan de generación perdida en España

GENERACIONES BASTARDAS

(El hedonismo contra España).

        

       Decía Ortega que cada 15 años se produce una nueva generación intelectual. Bien, hoy, en el año 2014, tenemos que retroceder 30 años, hasta 1984, para darnos cuenta de que llevamos dos generaciones bastardas, y no me refiero a una bastardía genética por nacimiento extramatrimonial, no, me refiero a una bastardía mucho más profunda y delicada, la bastardía espiritual.

       Las dos últimas generaciones no han sido fieles a la herencia espiritual que secularmente llevamos recibiendo los españoles.

       Cierto que según las tendencias las aplicamos de una manera u otra y, a veces, unas contra otras, pero siempre hemos tenido muy claro los conceptos de FAMILIA, ESCUELA Y TRABAJO como núcleos de formación y convivencias de las personas, todo dentro de un marco superior orgánico que es la NACION y, por supuesto,  para los que creemos en lo emocional y en lo eterno, LA PATRIA.

       ¿Qué sucede hoy día? Que nada nos une con el pasado, es más, todo es chocante, toda unión se considera agresión que debe ser destruida. Pero como no hay fundamentos biológicos para destrozar esa relación se acude a lo científico y sociológico desde la mentira. Se esconden valores positivos, se niegan las virtudes y se inventan falsedades como la comodidad y los derechos. Una comodidad que ha convertidos a las personas en animales con tres únicas funciones vitales para satisfacerse, comer, beber y sexualizarse. Esto, como he citado antes, son las tres únicas funciones que debe cumplir cualquier animal de cualquier especie, en cualquier época y en cualquier lugar del mundo. Las virtudes como el HONOR, la DIGNIDAD, la JUSTICIA, la LIBERTAD, la FE, la ESPERANZA, la TEOLOGIA y la ESPIRITUALIDAD, han sido sustituidas, como hizo el bíblico Jacob, por un plato de lentejas. De la misma forma en que Jacob renunció a la herencia de sus padres por una simple legumbre, hoy, en 2014, nos damos cuenta de que hemos renunciado a la rica herencia de siglos de historia de España por una legumbre infectada de sionismo y corrompida de masonería que es la democracia.

       La democracia, como mecanismo político, no es mala ni es buena en sí misma, pero las democracias implantadas en todo el mundo desde 1945 hasta la actualidad son un verdadero crimen contra la humanidad, y a las pruebas me remito.

       El antes citado Ortega y Gasset también decía que ninguna especie se podía desnaturalizar a sí misma menos la humana, que un caballo no se podía “descaballizar” o un tigre “destigrar”, pero la humanidad si puede deshumanizarse, y eso es lo que han hecho las democracias con la humanidad, deshumanizarla.

       La Patria, que es su ejemplo más práctico, se basa en recibir la herencia de los padres para mejorarla y entregársela también como herencia a sus hijos para que estos hagan lo mismo, y así de generación en generación. Pero hace tiempo que esa herencia ha sido despojada de la persona junto a la espiritualidad. Al arrancarnos la Patria nos hemos desarraigado de toda conducta de cultura positiva y al arrancarnos la espiritualidad hemos renunciado a toda emoción y sentimiento ¿qué nos queda?...el interés individual y el egoísmo ¿Para qué complicarnos la vida teniendo y criando hijos?, ahí tenemos el aborto. ¿Para qué complicarnos la vida cuidando a unos viejos que aunque sean nuestros padres no sirven para nada y encima producen gastos y molestias?, ahí tenemos la eutanasia. ¿Existe alguna deshumanización mayor y mayor crimen contra la humanidad que matar a nuestros padres una vez envejecidos y matar a nuestros hijos aún en los vientres de sus madres?

      “La Nación es como una Iglesia o una sociedad, es un producto del alma y de la voluntad humanas; es un producto espiritual. Y en el mundo actual hay hombres que pensarían cualquier cosa y harían cualquier cosa antes que admitir que algo puede ser un producto espiritual.”

-G.K. Chesterton.

       Sin duda alguna, la definición de Nación y la razón espiritual de Patria, mencionada por el filosofo y escrito británico y católico antes citado es magistral, no sólo por definir, sino por demostrar que el gran objetivo de los modernismos, progres, libre pensadores y demás pandilla de peligrosísimos gilipollas, es negar la espiritualidad de la persona para dejarla reducida a unos cuantos kilos de carne dispuestos a satisfacerse a cualquier pecio. Pero ese precio está en manos de los mercados, y los mercados en manos de las clases dirigentes democráticas que, a cambio de esas satisfacciones letales como la droga, el sexo desordenado y la tecnología deshumanizadora,han reducido a la persona al más mísero y miserable de los animales, el animal manso, pastueño y agradecido, ejemplar único en la naturaleza, porque la naturaleza es Obra de Dios y nunca podrá ser democratizada.

       No creo que tengamos que hacernos las tópicas preguntas:¿se puede, se debe recuperar a España como Nación y como Patria? Porque la respuesta es única ¡SÍ!. Tampoco debemos preguntarnos cómo y por qué, la respuesta también es única: a España debemos recuperarla los españoles, pero para que esto suceda los españoles debemos recuperar la emoción de la Patria, la vuelta a los aromas clásicos del pan nuevo y la leña en los hogares, la tensión del espíritu en la lucha por la Justicia, la Fe en el bien común, olvidarnos y rechazar el hedonismo, poner la moral por encima de la Ley, el Trabajo encima del dinero, la Persona antes que la economía y tener FE en nosotros mismos como españoles, porque ningún pueblo que no se valore, podrá jamás hacer cosas valiosas. El Bien Ser debe imperar sobre el Bien estar, el valor, el riesgo, el compromiso en causas nobles y, por qué no, la muerte en acto de servicio y, por qué no decirlo también, la muerte del traidor, porqué cuando a morir se refiere, es preferible el puñal con que se mata que el puñal con que se muere.

 

Carlos Rodriguez.

 

Jefe Nacional del Sindicato TNS

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Quienes se empeñan en falsear groseramente la Historia de España (con creciente riesgo de ponerse en ridículo), afirmando poco menos que sólo desde el advenimiento de la democracia liberal parlamentaria ha logrado España un grado suficiente de paz, prosperidad y progreso, deben estar pasando, ciertamente, por una mala racha. Porque sostener esa grosera mentira, que se da de bruces con lo que realmente ha ocurrido en España, en medio del actual carajal en que se ha convertido nuestra amada patria, requiere, indudablemente, de un intenso ejercicio de hipocresía.

 

Se nos alecciona, a quienes no tragamos con las mentiras de consenso, en el noble arte de la democracia participativa (esto es, en acudir a las urnas cada cuatro años) mientras observamos cómo: ni hay separación de poderes, ni hay independencia de la Justicia, ni hay control de los principales poderes del Estado, ni hay rastro de la presunta igualdad ante los tribunales de la que hablaba incluso el anterior monarca. Es decir, no se cumple prácticamente ninguna de las condiciones objetivas que debe tener una democracia para serlo.

 

Pero es que por si fuera poco, aquellas instituciones cuya existencia se justifica en la defensa de los más débiles, como puede ser por ejemplo el colectivo de víctimas del terrorismo, no sólo no cumplen casi nunca con su deber, sino que, al contrario, acostumbran a defender al reo descaradamente y, a la vez, menosprecian el dolor de las víctimas, demostrando una falta de sensibilidad verdaderamente espeluznante.

 

Es el caso del magistrado de la Audiencia Nacional, José Ricardo de Prada, que esta semana se ha atrevido a hacer afirmaciones que, a pesar de los pesares, han causado verdadero estupor. Decía De Prada que las penas que se imponen a los asesinos terroristas son "altas y desproporcionadas" y que hay un régimen de cumplimiento de penas "totalmente desigual al del resto de presos". No contento con eso, añadió también que no es exigible que los asesinos pidan perdón a las víctimas y que ese perdón implique una necesidad de arrepentimiento.

 

Los disparates no pueden ser más grandes. Son palabras que causarían vergüenza ajena dichas por un ciudadano normal; pero es que dichas por un juez de la Audiencia Nacional (tribunal creadoex profesopara juzgar crímenes terroristas o de narcotráfico) resultan sencillamente alucinantes, y por supuesto indignantes.

 

En primer lugar, es muy grave que un magistrado de la Audiencia Nacional no comprenda la diferencia entre un asesinato terrorista y cualquier otro tipo de crimen. Su pretensión de hacer tabla rasa con todos los presos, como si todos los delitos tuvieran la misma gravedad, es un disparate inconcebible en alguien que tenga terminada la carrera de Derecho, como se le presume a este individuo. En segundo lugar, quitar valor e importancia a la petición de perdón por parte de los asesinos es un verdadero insulto a las víctimas del terrorismo, a sus familias y, por extensión, a la propia memoria de todos los asesinados por ETA.

 

Con declaraciones como éstas, con magistrados así, ¿cómo podemos esperar que realmente pueda acabarse con la lacra del terrorismo en España? Casi siempre criticamos a los políticos, a su debilidad, a su inacción, a veces incluso a sus devaneos con el entorno etarra y separatista. Pero pocas veces reparamos en estos otros actores, los jueces, no precisamente secundarios, que lejos de luchar decididamente para derrotar a los asesinos y reescribir correctamente la historia reciente del terrorismo, se dedican a hacerles (al menos, indirectamente) el caldo gordo.

 

Las vergonzosas declaraciones ya han sido respondidas, entre otros, por la presidenta de la AVT, Ángeles Pedraza, quien aseguró que lo que es desproporcionado es el número de víctimas del terrorismo, y el número de crímenes que continúan sin ser aclarados. De eso es de lo que tienen que ocuparse los jueces españoles: de hacer bien su trabajo, de luchar contra el delito y de que los delincuentes paguen en la cárcel por lo que han hecho, por las vidas que han destrozado y por las familias que han roto. Eso es lo que esperamos los españoles si de verdad tenemos que creernos que, como nos dice la casta, sólo la democracia es el sistema que nos garantiza la paz, la prosperidad y el progreso.

 

Y hoy preguntamos a los oyentes de Sencillamente Radio: ¿consideran a los jueces culpables, al menos en parte, de que España no haya conseguido aún acabar con la lacra del terrorismo?

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 Rafael Nieto es el director del programa de debate “Sencillamente Radio” de Radio Inter de Madrid (programa que se emite todos los domingos de 08:30 a 12 horas en esa emisora en el 918 de AM, 93,50 de FM e Internet: http://www.intereconomia.com/oir-radio-inter ), y en el que participan habitualmente distintos militantes del Sindicato TNS.