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En los últimos días de Franco, cuando desde logias, comités centrales y consejos de administración ya se estaba fraguando aquel gran tocomocho que dieron en llamar "la Transición", hubo una frase que hizo fortuna entre los jerifaltes del régimen agonizante -la mayoría de los cuales estaban muy ocupados cambiando de bando, de chaqueta y de discurso- para responder a la preocupación de una población que aún no sabía lo que se le venía encima. 
 
Cuando, ante la incertidumbre de lo que ocurriría tras la muerte del Caudillo, alguien planteaba la cuestión "Después de Franco ¿qué?", los enteradillos, pedantuelos y paniaguados neodemócratas de toda la vida respondían con aire autosuficiente: "Después de Franco, las instituciones". Y se quedaban tan anchos. Aun no era notorio del todo que dichas instituciones, empezando por la Corona, ya habían abandonado el barco y centraban sus esfuerzos en congraciarse con los nuevos amos del cotarro. 
 
Si ante la actual pandemia preguntáramos "Después del virus ¿qué?" lo más probable es que desde las falaces y serviles tribunas mediáticas que en estos días repiten dócilmente las consignas, latiguillos y mentiras que les dicta el Gobierno, nos respondiesen con alguna respuesta igual de ensayada, adocenada y mendaz. Posiblemente harían aspaventeras invocaciones al "Estado de Derecho" y nos convencerían de la "necesidad de cicatrizar heridas", "adaptarse a la nueva situación" y otras milongas de ese jaez.
 
Independientemente de la negligencia, imprevisión y estulticia de la banda de Sánchez que tantas vidas está costando, lo cierto es que las consecuencias del coronavirus tendrán un alcance global que, a fecha de hoy es difícil de concretar pero que ya sospechamos no muy positivas.
 
No tenemos, ni posiblemente tengamos jamás, datos para conocer el auténtico origen de la pandemia. Pero en el caso de que, si en lugar de por un chino que se comió un murciélago, la cosa hubiera tenido un origen artificial, es inevitable preguntarse la elemental cuestión de a quién beneficia.
 
Y no me refiero solamente al entorno de partida enmarcado en la guerra comercial entre las grandes potencias. Es sabido que China le estaba comiendo la tostada al gigante yanqui y que una paralización y descrédito de la potencia asiática le vendría de puta madre a los gringos. Pero eso es quedarse muy corto en el análisis. La cosa se ha ido de madre y afecta a todo el planeta. El infierno que hoy estamos viviendo en España e Italia pronto se extenderá a muchos otros países.
 
La cuestión ha excedido ampliamente el conflicto comercial entre naciones y se sitúa más en un contexto de imposición a lo bestia del Nuevo Orden Mundial.
 
Lo sabremos cuando ya sea demasiado tarde, o quizá nunca lo sepamos del todo, pero me malicio que al responder a la consabida pregunta sobre los beneficiarios de la crisis no erraríamos demasiado citando apellidos  como Rotschild, Soros, Rockefeller o Gates y entes de la trama globalista como el FMI, la Trilateral, Open Society o el Club Bilderberg sustentados todos mediáticamente por los generosamente financiados sanedrines del Pensamiento Único (lobby LGTB, entramado feminista, Secta del Cambio Climático, inquisiciones multiculturales y demás basura ideológica). 
 
A todas estas terminales de la élite global les interesa un escenario como el que, previsiblemente quedará tras la hecatombe del virus: 
 
-Una población dominada por el miedo y acostumbrada a obedecer órdenes cada vez más restrictivas de su libertad.
 
- Bancarrota de unos Estados nacionales endeudados hasta límites indecentes por la Usura bancaria internacional. La élite financiera sólo tiene que hacer un apunte electrónico sin ningún respaldo real para crear artificialmente una deuda gigantesca que lastrará para siempre la capacidad de decisión de las naciones.
 
- Dicha deuda será la justificación para suprimir derechos laborales, recortar servicios sociales y privatizar los sectores estratégicos esenciales de los países sin que una población subyugada por el miedo a una represión cada vez más aceptada socialmente, diga ni mú.
 
- Desaparición de las pequeñas y medianas empresas y los trabajadores autónomos para someter a la población mundial a la explotación de unas pocas multinacionales, que serán presentadas como las salvadoras del mundo postvirus. Grandes masas de hambrientos estarán agradecidas de poder trabajar a cambio de un salario de miseria. 
  
- Supresión del dinero en efectivo, último resto de la libertad individual, para ser sustituido por tarjetas electrónicas primero y por chips subcutáneos después. 
 
- El control social será total y la libertad de reunión y de desplazamiento serán una reliquia de pasado.
 
Y estas cosas no tardarán en verlas los supervivientes de la epidemia.
 
El cese del confinamiento que padecemos no será, como creen algunos, de un día para otro. Nos bombardearán con recomendaciones de la OMS y argumentos - unas veces justificados y otras no- sobre seguridad, precaución y civismo para evitar que una población indignada y dolorida por la pérdida de seres queridos y por la ruina económica se organice o se manifieste.
 
- Cualquier disidencia o crítica al poder será, literalmente, suprimida. Cuando escribo estas líneas, hay un español detenido por increpar en un vídeo al Presidente del Gobierno. Las redes sociales censuran, cada vez con mayor sectarismo y arbitrariedad, cualquier opinión contraria al Pensamiento Único. Pronto sólo quedarán en Facebook y en Twitter, además de las habituales putas y usureros, los perfiles borreguiles que se dedican a compartir chistes viejos, fotos familiares y vídeos de gatitos.
 
Bienvenidos a la Distopía Pijiprogre.
 
 
J.L. Antonaya