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El FMI y Bruselas aconsejan periódicamente bajadas de salarios y más reformas estructurales para salir de la crisis. Por “más reformas estructurales” entienden invariablemente empleos más precarios.

 

 

El economista jefe de Goldman Sachs, Huw Pill, se permitía no hace mucho aconsejar a franceses y españoles que restasen un 30% a sus salarios. Unos meses más tarde, el ministro de Economía,  de Guindos, anunciaba triunfalmente que los costes laborales por unidad de producto habían bajado más de un 30%. Más recientemente, Jesús Sánchez-Quiñones, presidente del banco de inversión español Renta 4, aconsejaba en carta divulgada por la empresa entre sus clientes, el método alemán para remediar el desempleo: en lugar de crear más horas de trabajo, repartir las existentes y aceptar salarios más bajos. La idea es que con costes salariales más bajos seremos más competitivos en el mercado global y eso creará empleo. No es una situación producida por la crisis sino por la globalización: “Para competir con los chinos tenemos que vivir como los chinos”. Una idea que Juan Roig, el propietario de Mercadona, no para de proponer a los trabajadores españoles.

   

Y la situación no afecta solo al sector privado. En dos años se han destruido unos 350.000 empleos públicos (según la EPA) y los funcionarios han perdido el 48,5% de su poder adquisitivo en las últimas décadas (según CSIF). Nunca se había visto antes a profesores trabajar gratis, pero en septiembre de 2012, la Administración dejó sin recontratar a varios miles de interinos: no los mantuvo siquiera para los exámenes de septiembre. Hay institutos donde tienen a interinos no recontratados trabajando gratis, sin ser ya profesores de esos centros educativos, para la evaluación final  de septiembre. Y ni el director ni el jefe de estudios de esos institutos han hecho nada para evitar esa ilegalidad académica y laboral.

 

Pregunto: ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Vamos a permitir que la globalización y las políticas neo-liberales de recortes reconviertan a España en un país tercermundista en salarios, en condiciones de trabajo, en infraestructuras, en prestaciones sociales y en desigualdades sociales? Eso significaría renunciar a los avances sociales del último siglo, y con ello permitir que las luchas de nuestros padres y abuelos hayan sido sencillamente en vano. En mi humilde opinión, no debemos permitirlo.

 

 

 

Eduardo Núñez.