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Permítanme una breve descripción, a groso modo, sobre el  virus del VIH, a fin de hacer después una comparación con la situación actual de nuestra civilización.

El patógeno causante del SIDA es un lentivirus, un tipo de retrovirus. Este microorganismo, como muchos sabrán, ataca el sistema inmunitario (defensas) de la persona afectada, siendo sus “células diana” los linfocitos CD4. La función de este linfoncito es reconocer al organismo infeccioso, alertar a otras células del sistema inmunitario de su presencia, y fabricar los anticuerpos capaces de combatirlo. Al ser invadidos de un modo especialmente sibilino, los CD4, son incapaces de reconocer al VIH como un cuerpo extraño, y ni combatirán ni darán a aviso a otras células defensivas para que lo hagan, así, poco a poco, todo el organismo se verá perjudicado en su conjunto.

Un virus es un organismo incapaz de reproducirse por sí mismo, un parásito 100%; ni siquiera entra en la categoría de ser vivo al no poder realizar esta función vital. Se adhiere a la membrana de la célula a infectar, e inserta su “deficiente” (digo deficiente porque es ARN unicatenario, y no ADN de doble cadena) material genético en la célula (ser vivo pleno). Valiéndose de modo usurpatorio del trabajo de toda la estructura y maquinaria internas de la víctima, reproduce así viriones que continuarán la tarea de destruir al ser humano que ha invadido. Cuando considera que una célula no es útil o desea infectar con mayor virulencia, la destruye soltando al torrente sanguíneo esos viriones (ya virus) que enfermarán nuevas células sanas. Esta ladina actuación tarda en ser detectada, ya que al atacar el sistema inmunitario, el propio organismo del ser humano que padece esta infección, no es consciente de sufrir algo tan letal; simplemente va desarrollando enfermedades de mayor o menor gravedad e intensidad, que su cuerpo no combate como debiese;. Patologías que en un organismo sano, con defensas a pleno rendimiento, no serían de mayor importancia, quedando en una simple sintomatología leve, o a combatir con la medicación adecuada. Pero al ver mermadas –y engañadas- sus defensas, todo tipo de plagas oportunistas, cánceres, simple expansión de otros microorganismos propios de nuestra flora bacteriana cuya población en condiciones inmunológicas normales es controlada y beneficiosa, causarán estragos en ese cuerpo debilitado por ese antígeno sibilino y pérfido que seguirá su expansión hasta matar al huésped que lo alberga.

Vayamos ahora al Occidente civilizado que habitamos. Esta civilización construida durante milenios con trabajo, lucha, guerras, estudio, conquistas, progreso; el Occidente que ha creado universidades, catedrales, museos, música clásica, ciencia, arte, etc... Pudieron hacerlo otros, pero lo hicimos nosotros, y lo hemos llevado a numerosos rincones del planeta. Otras civilizaciones han hecho otras cosas, algunas se quedaron estancadas, otras sucumbieron, y las hay que no salieron de la edad de piedra hasta que nosotros no hemos llegado a sus continentes. No es jactancia de nada, es la historia, la realidad.

Ahora imaginemos nuestra civilización y su gran obra como un organismo fruto de todo ese esfuerzo. Así como un cuerpo crea órganos separados, perfectamente diferenciados, donde cada uno posee un tipo de células distintas -pero con igual ADN- con una función concreta a realizar en beneficio de todo el organismo; el occidente que aún hoy habitamos, ha creado naciones. Cada nación se conforma de personas vinculadas por un origen étnico que comparten un territorio, idioma, un pasado histórico, cultura, tradiciones…donde cada habitante venía teniendo una fuerte consciencia de pertenecer a una comunidad, a una patria.

 Durante milenios este organismo (occidente) formado por distintos pueblos que han ido construyendo naciones, ha venido albergando un parásito con ciertas deficiencias a nivel humano. Estas son: un desmesurado amor por el dinero -al tiempo que honda abominación por el trabajo duro-, y una especie de narcisismo psicopático que les ha llevado a pensar que son seres superiores, “elegidos”, hasta el punto de no considerar humanos a los de su misma especie, y creerse con el derecho de disponer de su vida, muerte, libertad, esfuerzo, etc, a su antojo. Sabiendo que el dinero no es más que ese metal, documento, letra de cambio, o lo que sea que represente el fruto del trabajo de cada uno; el parásito ideó métodos para adueñarse del producto del esfuerzo ajeno. Serían, básicamente, la esclavitud de otros seres humanos, con los que por milenios han mercadeado como si de “ganado” se tratase, y la usura. Ahora bien, no es sencillo que una persona horada y trabajadora caiga en manos de usureros prestamistas; pero es muy fácil cuando las personas son víctimas de vicios o adicciones, tales como alcohol, juego, drogas, prostitución… por lo que, el parásito, se han encargado de manejar todos estos sectores mediante mafias, organizaciones secretas y/o discretas, fomentando cada uno de ellos. Más estas actividades destructivas e inmorales, antes o después, hacían que el organismo infectado – comunidad, pueblo, país… - se sintiese molesto y se sacudiese el parásito, que tenía que hacer las maletas y buscar otro huésped al que invadir.

Harto de hacer las maletas, “consciente de su superioridad” y fiel a su ansia inefable de poder, no cejará en su empeño de ocupar no un país, no un continente, no una civilización, sino  el planeta entero, que quiere tener bajo su gobierno, para disponer y poseer de todos los recursos y decidir sobre la vida o la muerte de los humanos de cuyo trabajo se beneficia;  el  “virus” que nos ocupa ideó una “mutación”. A lo largo de los siglos el inteligente virus habría detectado la debilidad de su huésped. El ser humano en general – como el ADN- es dual, esto es, se compone de alma y cuerpo. Son potencias del alma la inteligencia y la voluntad. No es que el parásito que nos infecta carezca de inteligencia, obviamente posee un cerebro y, de no haber sido desechada la teoría del cerebro triúnico, podríamos encajar el suyo en ese supuesto cerebro primitivo (reptiliano) que controlaría comportamientos instintivos centrados en las actividades más básicas de la supervivencia, como la agresividad, dominación, territorialidad y rituales, ya que así se comporta, y carece de voluntad para trabajar duro y ganarse el pan. Pero es obvio que –dado ese comportamiento psicopático y ausente de toda empatía hacia sus semejantes- no poseen ese espíritu que lleva al resto de las personas a fraternizar y  cooperar con otros seres humanos, a evolucionar de la tribu hasta conformar naciones para proteger los recursos  que, quien nos ha dado la vida, ha puesto a nuestra disposición para conservarla, legarlos a la progenie que engendremos, y defenderlos; en definitiva: lo que viene siendo el amor a la tierra, la nación, la patria. Ellos, carentes de nación  -ya que abandonaron voluntariamente la suya hace siglos, por razones desconocidas-; ellos, que por siglos se ha instalado en diferentes naciones y ha parasitado el fruto de su energía mediante la usura, introduciendo cual toxinas los vicios antes mencionados, han detectado en nuestro espíritu empático hacia nuestros semejantes nuestra debilidad.

Así, su mutación ha sido altamente refinada. Por un lado, muchos se han fingido iguales a nosotros, simulan tener nuestros mismos sentimientos fraternos hacia la humanidad, se han infiltrado en cada una de nuestras naciones imitando costumbres, comportamientos, religiones, cambiando sus nombres y ocupando centros estratégicos de poder...de tal modo que ahora no somos capaces de reconocerlos como extraños. Los que han mantenido su forma vírica, aprovechándose de esa empatía impresa en nuestro espíritu hacia nuestros semejantes, se han erigido en víctima perseguida hegemónica, culpándonos con mentiras, falsas noticias y toneladas de propaganda, de los destrozos, guerras, genocidios y expolios que ellos provocan sin cesar en países y continentes. De este modo, adquiriendo así más dinero y poder, han continuado su labor parasitaria y tóxica, al tiempo que contaminaban nuestras defensas, abduciendo a “células diana”, esto es: personas  que forman parte de la estructura de la organización y defensa  de nuestras naciones y sociedades (como ejércitos, políticos, gobiernos, prensa, policía, judicaturas, científicos, alto clero, docentes, y todo aquello que tenga que ver con el poder). Estas “células diana” o “abducidos” se comportan cual viriones  “replicando” el  comportamiento destructivo al servicio del parásito; se entregan a la destrucción de los suyos, sus compatriotas, y de sus naciones, a cambio de beneficios materiales y un popurrí de esoterismo ritual secreto, que (confieso) no  sé en qué consiste, pero estoy en condiciones de afirmar que tan poderoso no será, cuando estos parásitos mueren como usted o como yo, pese a todas sus cábalas. Así han aprovechado esta merma de la defensa de nuestras naciones, ocupando cada centro de poder, para infiltrar al máximo su toxicidad en forma de marxismo cultural: esa manipulación de masas que ha llevado a buena parte de nuestras sociedades a odiar sus patrias hasta el punto de querer asesinar a  los compatriotas que no han sucumbido aún a la enfermedad; a aniquilar a su progenie, a caer en todos y cada uno de los vicios tóxicos destructivos que el parásito introduce en nuestros cuerpos y espíritus para que nos destruyamos a nosotros mismos; ya que el virus es tan maligno como poderoso, pero insignificante en cantidad, y es consciente de que, de coordinarse cada  pueblo y nación por él infectada, y actuar unidos, con una simple sacudida nos veríamos libres de él, de su usura, su esclavitud, su degeneración… Por eso, antes de que el organismo –occidente- sea consciente del mal que le aqueja, ha decidido llevar a cabo un ataque letal: una invasión masiva de parásitos violentos y oportunistas, improductivos, de otra civilización ajena e inadaptable al cuerpo que conforma occidente. De no poner remedio, sacudirnos al parásito, recuperar nuestras defensas y purgarlas de “abducidos” que obran a su servicio, no podremos librarnos de esta invasión oportunista y nos aniquilarán.

Estamos en fase terminal, cada nación de occidente tiene a sus centros de poder ocupados por virus o esos “abducidos” (masones) que voluntariamente se han dejado infectar y albergan ya en sus cuerpos y almas tal número de viriones que, de rectificar, el virus les destruirá al dejar escapar toda la porquería degradante y/ o delictiva que, en cada visita a la logia, ha ido acumulando.

O nos sacudimos todos a una al parásito y a sus traidores infiltrados, u occidente y los occidentales seremos aniquilados.

De ser así, advierto al virus: por milenios occidente ha sido el huésped que os ha soportado y alimentado, del que habéis vivido; la infección foránea no os sirve como huésped, se os descontrolará, no es “vuestro huésped natural”, la infectasteis hasta impedirle prosperar hace demasiados siglos, a fin evitar que occidente se hiciese más fuerte que vosotros. Sin huésped, como todo parásito, moriréis. Sois incompletos y destructivos; iréis detrás, y –como siempre- solo dejaréis tras vosotros esterilidad, destrucción, dolor y muerte.

El diablo al que servís, es capaz de muchas cosas, pero NUNCA ha creado a un ser un humano.

 

Chía