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Lo que hoy se conoce como fiesta del orgullo gay tiene su origen remoto en las reivindicaciones de la comunidad homosexual neoyorquina a mediados del siglo XX. Con una mayor cultura de movilización y organización de la sociedad civil, las luchas sociales de los años 50 y 60 en EE. UU. no sólo consiguieron buena parte de sus objetivos si no que además se han convertido, especialmente gracias a la industria cinematográfica, en verdaderos iconos culturales de la época. Así sucede, por ejemplo, con la lucha por los derechos de los negros o las protestas contra la guerra del Vietnam.

En ese contexto histórico se produjeron los llamados sucesos de Stonewall y las primeras marchas organizadas en pro de los derechos de los homosexuales y su visibilización como colectivo. Se trataba, es evidente, de una sociedad que miraba la homosexualidad de una forma muy distinta. En aquel momento, sin salir de la propia Norteamérica, los homosexuales podían ser internados por su conducta sexual. De hecho, la OMS consideró hasta el año 1990 la homosexualidad como una enfermedad mental susceptible de ser tratada.


Se trataba de una minoría que veía vulnerada su dignidad o sus derechos elementales y protestaba. Puede, en buena ley, considerarse justo. Pero lo que se celebra en Madrid durante esta semana es un macrobotellón en el que apenas ya se reivindican ni la efeméride ni la causa.  


Todo el mundo tiene derecho a divertirse. Celebrar una enorme fiesta a la que se pueden sumar miles de personas, millones, siempre va a llamar la atención y será más divertido para jóvenes y adolescentes ociosos que un congreso internacional sobre la persecución de los homosexuales en los países árabes. Un concierto multitudinario, una caravana carnavalesca de fácil ambiente frívolo y veraniego paralizando el centro de una ciudad acapara la atención mediática. Un simposio con expertos acerca del SIDA, con información sobre prácticas sexuales de riesgo y sobre cómo la enfermedad agravó el estigma social para algunos homosexuales, eso apenas interesaría a unos pocos. Y sobre todo, sería mucho menos rentable.


La cuestión es que los derechos de los homosexuales y la propia dignidad que un día reivindicaron como colectivo ahora son un mero enganche comercial en unas celebraciones que comprometen intereses económicos y políticos muy importantes. Más allá de la opinión o las especulaciones, la evidencia en el caso concreto de nuestra capital se hizo mucho más visible tras el escándalo del Madrid Arena al conocerse los vínculos del empresario del ocio nocturno Miguel Ángel Flores y el entonces vice alcalde Villanueva.


Por esas mismas fechas el conocido activista pro LGTB “Shangay Lily”, hoy fallecido, redactó para Público un artículo en el que denunciaba la existencia de una “mafia rosa” de empresarios que habrían mercantilizado el ambiente gay para convertirlo en un simple mercado, un nicho de consumidores de los que obtener pingües beneficios. Más adelante, este mismo activista profundizó en su denuncia con el ensayo “Adiós Chueca” en el que se quejaba de que las celebraciones del “orgullo” habían perdido por ese motivo su original carácter de reivindicación.


De hecho, entre los principales organizadores de los fastos del denominado “orgullo gay” se encuentra la plataforma AEGAL. Se trata de una asociación comercial que agrupa a importantes y conocidos empresarios del sector del ocio y la hostelería como Kike Sarasola o Pedro Serrano, siempre con buenos contactos en el mundo de la política.


A lo largo de los últimos años son muchos los colectivos LGTB que se han distanciado de los inmensos fastos oficiales. Incluso la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos organiza un “orgullo de periferia”. Sin embargo, estos no obtienen ni la misma atención por parte de los medios de comunicación ni la misma lluvia de millones por parte de las administraciones. Y esa es otra vertiente de la cuestión: hay una homosexualidad “mainstream”, la que está de moda y tiene presencia en los medios, que acaba reduciendo al homosexual a un estereotipo histriónico que bailotea semidesnudo un día al año. Y luego están todos los homosexuales en su día a día. Si no son divertidos ni hay fiesta, ¿no le interesan a nadie? ¿Ya no van los políticos a hacerse con ellos la foto?


Quienes por decoro o educación (o sencillamente porque no nos importa) no preguntamos a los demás con quién se acuestan o por quién se sienten atraídos, tampoco vemos en ello un motivo de “orgullo” que pueda estar por encima de los verdaderos méritos y capacidades personales de cada individuo. Pero que cada cual se sienta orgulloso de lo que quiera o pueda. Con no participar en algo de lo que no nos sentimos parte, tenemos suficiente. Es un buen fin de semana para salir a pasear al campo y disfrutar de la naturaleza.


A quienes participen en el macro botellón de estos días en Madrid sólo les deseamos que sepan disfrutarlo con urbanidad y educación. Que al final quede todo limpio y recogido. Pero por favor, no nos tomen el pelo ni ofendan nuestra inteligencia. Péguense el fiestorro a gusto, llenen los bolsillos a los empresarios de “la mafia rosa”, déjense utilizar por los políticos que vayan… Pero después no vengan a dar lecciones ni hablar de derechos.