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Quema de sujetadores a cargo del movimiento feminista de los años 70

Quema de sujetadores a cargo del movimiento feminista de los años 70

La clave de la mal llamada violencia de género y de la crisis de familia no es otra que los anticonceptivos. Habría que parafrasear el slogan popularizado en la campaña electoral de Bill Clinton contra Bush ("es la economía, estúpido") para recordar que todo comenzó en la revolución sexual.

 

La revolución sexual de fines de los sesenta tuvo un enorme e inmediato impacto en las sociedades occidentales. Tanto que, mediada la década siguiente, las ideas que impulsaba se habían consagrado como actitudes sociales asumidas de forma generalizada, y singularmente por la juventud.

Aunque se presentó como una liberación, como la culminación de la lucha por la autonomía humana, cuatro décadas más tarde comienzan a ponerse en cuestión los resultados de dicha revolución.

Una de las conquistas más publicitadas por los propagandistas de la liberación sexual ha sido la de los anticonceptivos. Su consumo, generalizado y extendido de forma masiva con inmediatez, llegó a constituirse en sinónimo de libertad. Los anticonceptivos relevaban de toda responsabilidad a la hora de mantener relaciones sexuales, desligando definitivamente el sexo de la reproducción.

Y la anticoncepción incluso pondría punto final a la práctica del aborto, que en el futuro quedaría restringido a fin de subsanar los errores que pudieran cometerse fruto de una mala planificación o, simplemente, de la mala suerte.

“Los anticonceptivos no sólo no han disminuido las cifras de aborto, sino que las han disparado”

Sin embargo, la realidad es que los anticonceptivos no sólo no han disminuido las cifras de aborto, sino que las han disparado. Lo que parece paradójico no lo es tanto si se considera que la popularización de su uso ha multiplicado el número y la frecuencia de las relaciones sexuales, con lo que han sido el principal factor en generar un marco de promiscuidad generalizada.

No ha faltado quien ha sugerido la extensión de la anticoncepción como prolegómeno necesario de la posterior implantación del aborto. En palabras del doctor Brian Cowles, director de Investigación y Capacitación de Vida Humana Internacional: “He estado en todo el mundo, y siempre se comienza el camino de legalización del aborto legalizando primero la anticoncepción”. 

“The Lancet precisaba que las mujeres que toman la píldora asiduamente con menos de 25 años, tienen cuatro veces más posibilidades en desarrollar cáncer de mama” 

El sexólogo Alfred Kinsey –uno de los padres del pansexualismo contemporáneo- así lo admitió, y hasta Malcolm Potts, de Planned Parenthood –la gran multinacional del aborto- reconoció en 1979 que “a medida que las personas recurran a la anticoncepción, habrá un aumento, no un descenso, en la tasa de aborto.” 

La consecuencia más directa ha sido la de la banalización del aborto, que para los jóvenes occidentales es ya un equivalente de contracepción. Recogiendo esta realidad social, el Tribunal Supremo de Estados Unidos señaló en 1992: “En algunos aspectos críticos, el aborto es del mismo carácter que la utilización de un método anticonceptivo (…) Durante dos décadas de desarrollo económico y social, las personas han organizado sus relaciones íntimas y han tomado (sus) decisiones (…) dependiendo de la disponibilidad del aborto en caso de fallo de la anticoncepción”.  

El que el consumo de la píldora pudiera afectar negativamente a las mujeres no se ha tenido demasiado en cuenta, pese a que en 1983, la prestigiosa revista The Lancet ya publicó que “las mujeres que toman por un largo período la píldora anticonceptiva son más propensas a contraer ciertas formas de cáncer en el pecho o en la columna y el útero”. 

La píldora del día después se utiliza por muchas jóvenes como un método anticonceptivo. / Flickr  

The Lancet precisaba que las mujeres que toman la píldora asiduamente con menos de 25 años, tienen cuatro veces más posibilidades en desarrollar cáncer de mama que quienes no la toman, y dos veces más, cáncer de columna y de útero.

Es cierto que posteriores estudios han tratado de minimizar este problema. Pero el asunto vuelve una y otra vez a los medios. En 2011, Cancer Research publicó un estudio efectuado por el Centro de Regulación Genómica de Barcelona que muestra cómo existe, al menos en determinado tipo de casos, una cierta relación entre cáncer de mama y progesterona.

En todo caso, el impacto social es difícil de exagerar. Con la abismal disminución del riesgo de fecundación, los anticonceptivos han disparado las relaciones sexuales esporádicas, lo que ha supuesto una verdadera revolución: la luz bajo la que los jóvenes ven el sexo desde los años 70-80 del pasado siglo es completamente distinta a la que iluminaba las relaciones entre hombres y mujeres durante miles de años.

“Los anticonceptivos se constituyen como un riesgo añadido para la familia. Y un riesgo muy serio”

Los jóvenes –aunque esto es extensible al conjunto de la sociedad- han sido educados para considerar el sexo desde una óptica puramente hedonista y sin que presuponga la existencia de lazos sentimentales previos. La consecuencia es que cada generación es más reacia a contraer compromisos serios y aún menos de por vida.

La función clásica del matrimonio, esto es, la de encauzar la natural pulsión sexual del ser humano, se ha vuelto superflua. Siendo la sexualidad plenamente vivida antes del matrimonio, muchos jóvenes ya no encuentran razón para asumir unas responsabilidades que nadie les exige. Los anticonceptivos se constituyen, así, como un riesgo añadido para la familia. Y un riesgo muy serio.

Liberación sexual y violencia de género

Una de las consecuencias, pues, de la introducción de los anticonceptivos es el debilitamiento de la familia. Y, a su vez, esa mengua ha creado espacios sociales que han sido ocupados por otras formas de unión, todas ellas menos estables que aquella a la que suplantaban.

La voladura de las estructuras de la sociedad tradicional no ha limitado la extensión del fenómeno de los malos tratos. Antes al contrario, todo parece apuntar que ha contribuido a extenderlos, pese a que el discurso dominante de la dictadura feminista y de género que padecemos está determinado a silenciar todo aquello que le sea adverso.

A veces, cuando la realidad les desborda, los medios -celosos guardianes de la “verdad” oficial- alcanzan el histerismo. Tal sucedió en 2007, cuando se publicaron los datos del segundo semestre de 2006, en los que se demostraba que, según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, ligado al Consejo General del Poder Judicial, se produjeron 13 veces más órdenes de alejamiento a “compañeros” que a maridos. 

Según aquellos datos de 2007, el 34,4% de las denuncias fueron contra el cónyuge; el 30,8%, contra el compañero; el 23,8%, contra el ex compañero, y el 10,9% contra el ex cónyuge. 

“Mientras se produce un homicidio cada 311.000 matrimonios, tiene lugar un homicidio cada 25.500 relaciones sentimentales”

Los del año 2008 dejaban claro que mientras se produce un homicidio cada 311.000 matrimonios, tiene lugar un homicidio cada 25.500 relaciones sentimentales. De este modo, por cada uno que se produce en un matrimonio, tienen lugar más de doce homicidios en las relaciones sentimentales “libres”. Demoledor.

A pesar de la rotundidad de los datos –o quizá, precisamente, debido a ello- se reprimió con dureza a quien se atreviese a extraer en público las conclusiones más obvias.

Así, en diciembre de 2010, el obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla, sufrió una campaña de acoso sin precedentes cuando comentó dichos datos. El que hubiesen sido publicados por el Instituto Nacional de Estadística no arredró a quienes, como los colectivos feministas, acusaban al prelado de ignorar la realidad social.

Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares /Actuall

Los números más recientes, los de 2015, apuntan con claridad a que, mientras que las parejas de hecho representan poco más del 13% de las uniones, sin embargo suman algo más del 44% del total de los casos de violencia de género en España, según admite a regañadientes el Instituto Nacional de Estadística. La tendencia, además, es que parece incrementarse la diferencia entre ambos grupos.

Contextualizados los datos con los de los países de nuestro entorno, particularmente si los comparamos con los escandinavos (que no son católicos, que han alcanzado altas cotas de lo que oficialmente llaman “igualdad” y que llevan más tiempo disfrutando los dogmas del progresismo) resulta que nuestra heteropatriarcal y machista forma de vida tradicional, parece proteger la vida de las mujeres con más eficacia que todos los planes de nuestros sucesivos gobiernos progresistas de derechas e izquierdas.

Sobre todo, estas cifras arrojan un balance cuando menos sorprendente para aquellos que han querido creer en la magia de la liberación sexual, ya que indican que la ruptura de una pareja de hecho es mucho más conflictiva que la de un matrimonio. Hoy, ya no cabe negar que la banalización de la sexualidad ha producido estructuras sociales mucho más lábiles.

¿Dónde está, entonces, la prometida liberación de los atavismos que nos prometía la revolución sexual?