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Manuel Azaña fue uno de los presidentes del Gobierno que hubo en la II República española

Uno de los hechos más sobresaliente de los últimos años, referido a nuestra reciente historia, ha sido la amplia aceptación de la que viene gozando la figura de Manuel Azaña. Personaje adscrito sin matices al republicanismo izquierdista, una sustancial parte de la derecha, sin embargo, manifiesta una sorprendente adhesión a su pensamiento y su obra.

 

En su día, incluso José María Aznar aseguró hallar en él inspiración, posiblemente seducido por su condición de intelectual dedicado a la política (puestos a pensar bien; la otra opción es que se sintiera atraído por simple ignorancia). Y como él, una multitud de colegas de distinto signo que no parecen reparar en el despiadado y certero diagnóstico que Unamuno hiciera de él en su día: “Azaña es un escritor sin lectores. Sería capaz de hacer la revolución para que le leyeran”.

Manuel Azaña -nacido en Alcalá de Henares, en el seno de una familia acomodada que le envió a estudiar a los agustinos de El Escorial- desarrolló un feroz rechazo por la religión, que fundió en el elemental anticlericalismo de “El jardín de los frailes”. En su simplismo ateneísta, Azaña culpaba a la Iglesia católica del retraso histórico español, así que su eliminación era la condición indispensable para que España se incorporase a lo que él creía era la corriente general europea.

Su pertenencia a la masonería explica al hombre profundamente sectario que alentó la quema de conventos de mayo de 1931

Su pertenencia a la masonería explica al hombre profundamente sectario que alentó la quema de conventos de mayo de 1931. No se entiende de otro modo la seguridad que mostró acerca de la filiación de los incendiarios al afirmar que “todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano” (lo que implica que los pirómanos eran, claro, de los suyos); en su propio diario se traiciona de nuevo, apenas unos meses más tarde, cuando recibe en su despacho “al hombre que organizó la quema de conventos del año pasado”.

La iglesia de los jesuitas en Madrid mientras arde en 1931
La iglesia de los jesuitas en Madrid mientras arde en 1931

La aceptación acrítica de la figura de Azaña tiene asiento en una impostura esencial, que consiste en identificar república y democracia. Pero el plan de Azaña era otro bien distinto al de acoger a todos los españoles sin tener en cuenta su adscripción política. El régimen que estaba por venir –decía Azaña- “tendrá que ser una república republicana, pensada por los republicanos, gobernada y dirigida según la voluntad de los republicanos”.

Con tan generoso ideario, y sumado a los socialistas, Azaña se lanzó a la sublevación en diciembre de 1930. El subsiguiente fracaso de los golpistas le mantuvo escondido durante meses, para sustraerse a la acción de la justicia. Aquel contratiempo, sin embargo, no le hizo variar el carácter patrimonial de la república que proyectaba, tan característico.

Por esa razón, cuando la derecha ganó las elecciones en noviembre de 1933, trató de que el presidente de la república anulase los resultados de los comicios por la exclusiva razón de que los habían perdido los republicanos. Unos meses más tarde, habiéndole negado Alcalá Zamora la pretensión de repetir las elecciones, conspiró contra este y logró deponerle contraviniendo la legalidad procedimental prevista, como reconocieron numerosos diputados del Frente Popular.

Niceto Alcalá Zamora fue presidente de la II República
Niceto Alcalá Zamora fue presidente de la II República / ABC

Pero aquella victoria, posibilitada precisamente por el triunfo del Frente Popular, fue en realidad una maldición. Sin darse cuenta, se vio de pronto rebasado por esos “gruesos batallones populares” que un día creyó dominar, sin percibir que aquellas ya no eran las ingenuas y entusiásticas masas del 14 de abril, sino las multitudes torvas y violentas, intoxicadas por la propaganda bolchevique y prontas a las más sangrientas ferocidades, que habrían de arrastrarle también a él.

Una de las acusaciones más graves que cabe hacer a Azaña es la de que, desde que ostentara las primeras responsabilidades de gobierno, no dejó de agraviar a sus oponentes, porque “eso es lo que me divierte”. De modo que no se conformó con atacar a la Iglesia, sino que quiso escenificar su acoso con aquél “España ha dejado de ser católica”. La inquina que manifestó en contra del ejército no fue menor; la singular saña con la que se empleó en este campo le granjeó algunos de sus más decididos enemigos. Y todo por diversión, según confesión propia; porque eso era lo que le divertía.

En Montauban, donde habría de morir, pidió confesión y recibió la extremaunción de manos de monseñor Theas

Pese al hecho de que el anticatolicismo de Azaña fue seguramente el más profundo de sus sentimientos, Azaña se estremeció cuando, ya en el exilio y enfermo, escuchó el tañer de las campanas anunciando la llegada de un nuevo obispo. Algo se removió en su interior, y quiso entonces conocer al prelado. Y allí, en Montauban, donde habría de morir, pidió confesión y recibió la extremaunción de manos de monseñor Theas.

No fue escasa muestra de humildad para quien dijo de sí mismo: “tengo, del demonio, la soberbia”.