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 Intereconomía, desbordada por las deudas, satura su parrilla de teletienda para recibir 200.000 euros mensuales

 

Historia cierta de un pequeño sindicato o cómo el Nacional-sindicalismo consiguió ganar alguna batalla a una gran empresa liberal. 

 

A finales del año pasado (noviembre de 2013), los trabajadores del Grupo Intereconomía nos encontrábamos ante una difícil situación. Se nos adeudaban, en el mejor de los casos, siete nóminas. Siete nóminas acumuladas durante más de año y medio de retrasos en el pago del corriente. En uno de los momentos de mayor voracidad bancaria que se recuerde, retrasarse en el pago de letras, hipotecas o préstamos suponía una penalización que, naturalmente, nadie en la dirección de la empresa estaba dispuesto a asumir. En aquellos días (son casos reales) tuve que oír relatos personales de todo tipo, desde desahucios, cambio de los niños de colegio, hasta los de aquellos que tenían que recurrir a padres y hermanos para poder llenar la nevera. No es una ficción. Es real. Tan real como que hay hombres y mujeres, con nombres y apellidos, que no me dejarían nunca por mentiroso en este punto. Supongo que no era más que otra historia de crisis en España. Supongo que era otra historia de empresarios acogotados por los bancos y la Administración, con buena fe y mala suerte. De un modo u otro, pagábamos los trabajadores.

 

 

 El mal ambiente que se respiraba en la redacción pronto se tornó en pérdida de nervios por parte de algunos pocos. Aquello, fuera de hacer que algún jefecillo se lo hiciese encima, tenía pocas o nulas consecuencias. De la mentira por parte de la empresa se pasó al desprecio hacia los trabajadores, a la callada por respuesta o, directamente, a evitar cualquier contacto, físico o visual, entre directiva y empleados. Si preguntabas si había una fecha aproximada para el cobro, por hacerte una idea, por dar alguna explicación a tu banco, la respuesta siempre era de dos tipos: "Mañana, González, mañana" o "llame usted a Corrochano".

 

Llegados a este punto de incomunicación por parte de la empresa decidimos no ir a trabajar. Parece una decisión justa: no se cobra, no se trabaja. Sin embargo, en una empresa en la que cualquier tipo de asociacionismo laboral había desaparecido, en la que no había ni sindicatos ni comité de empresa, no ir a trabajar suponía la excusa perfecta para un despido procedente y automático. Así que, tuvimos que constituir, de la nada, nuestra organización, un trámite burocrático que podía demorar la decisión de ir a la huelga algo así como un mes. Nos pusimos manos a la obra y organizamos unas primeras elecciones sindicales. Jugaba en nuestra contra, además, una buena cantidad de trabajadores que sí cobraban su salario en forma de facturas y que por nómina sólo tenían una pequeña cantidad para justificar su pertenencia a la empresa. Eran los "leales", los que trataban de boicotear todas las reuniones de trabajadores e informaban de cualquier movimiento que hiciésemos. En un grupo empresarial en el que el director de un periódico de "mentira", que ni informaba, ni vendía ejemplares, ni tenía ingresos por publicidad, cobraba algo así como 400.000€ anuales, los damnificados eran, precisamente, los mileuristas. Formamos un curioso Comité de Empresa, con la presencia en el mismo de CCOO, UGT, CGT y TNS. Tres gigantes del sindicalismo patrio y un pequeño sindicato sin liberados, ni subvenciones estatales, pero que contaba con la gente más voluntariosa que pueda imaginarse. Yo tuve el honor de encabezar la lista de este último, salí elegido delegado de personal de mi empresa, CRISA, y formé parte del Comité de Empresa junto con cuatro compañeros que en esos días redoblaron esfuerzos y demostraron el valor de permanecer unidos en la adversidad. Intereconomía había perdido su primera batalla con los sindicatos con la creación del Comité. La segunda se la haríamos perder los miembros del TNS.

  

 Una mentira recurrente a la hora de dar largas a nuestros salarios era la venta inminente de un activo de televisión que cubriría las pérdidas de la empresa y saldaría la deuda con sus trabajadores. Inminente, sí, pero aún en manos de Julio Ariza en el momento en que se escriben estas lineas. Según nos decían, el Real Madrid, el de Florentino Pérez, el que prohíbe el paso de banderas legítimas de partidos legales a sus instalaciones, estaba interesado en la compra del canal para emitir por él "Real Madrid TV". Estaba todo firmado -nos decían- y a la espera de que el Consejo de Ministros autorizase la venta, algo que se tenía que producir de inmediato. El Comité de Empresa exigió para no ir a la huelga ver el documento firmado por Florentino Pérez. La dirección de Intereconomía, claro, se negó. Nos pedían fe (algún día hablaremos de los valores "cristianos" que se practican en las empresas de este tipo). Ante la inminencia del parón tuvieron que acceder a enseñarnos tan comprometedor documento. Eso sí, bajo sus condiciones: en el momento y lugar decidido por ellos, bajo la supervisión de un "hombre de paja", Matías Varas, sin impresión en papel, directamente en la pantalla del ordenador del hombre de la empresa, sin posibilidad de análisis ni de estudio. Estamos hablando de la venta de un canal de televisión al equipo de fútbol más grande del mundo en cuanto a presupuesto, el que más camisetas vende. ¿Alguien puede imaginarse cómo es un contrato de este tipo? Yo no. No soy abogado, ni he visto otro contrato que el del alquiler de mi casa. Supuse que era poca experiencia para enfrentarse a ese momento. A todos los miembros del Comité nos pasaba lo mismo. Llamamos a nuestros respectivos sindicatos pidiendo un abogado que pudiese aconsejarnos y darnos una visión global de la situación en la que nos encontrábamos, que nos dijese si, a la vista de aquél papel, podíamos dar un plazo de confianza a la empresa o pasar de inmediato a la acción dura y nada deseable de una huelga. Sólo un abogado pudo acercarse hasta las oficinas de Modesto Lafuente para verificar el documento: Santiago Borja, uno de los abogados del TNS.

 

 Llevaría muchas páginas describir la cara de asombro del nuestro abogado ante el documento que nos presentaba la empresa. Desde luego, no se trataba de un contrato, eso podía verlo cualquiera. Pero en la farfulla de terminología contractual y técnica se adivinaba que era poco más que una declaración de intenciones.

 

 "Es humo" -sentenció nuestro abogado, que no conseguía que el hombre puesto por la empresa como mediador le aclarase ninguno de lo puntos que aparecían en la pantalla del ordenador. "Hay huelga" -comunicamos nosotros al enlace.

 

Este sencillo acto supuso un punto de inflexión en las negociaciones con la empresa, fracasadas, incluso, ante el organismo de mediación de la Comunidad de Madrid. No pedíamos aumentos de salario, simplemente que se nos pagase lo que se nos adeudaba. La empresa se cerraba en que no tenía esa cantidad ni siquiera para establecer un calendario de pagos a futuro. La única garantía que aportaba era un documento que un abogado de un pequeño sindicato desmontó ante su simple contemplación. Desenmascarada la jugada de Intereconmía, comunicada la huelga, nos sentamos a esperar que llegase el día en que se pararían las máquinas de aquella farsa. Ahora sin argumentos, el propio presidente de la compañía, Julio Ariza, solicitó personalmente reunirse con el Comité de Empresa para terminar firmando ante éste todos y cada uno de los puntos que gente con menos peso en la empresa se había negado a firmar en los distintos actos de conciliación. Conservo el documento por si algún día alguien me pide pruebas de lo que cuento. Pero no hará falta; todos los actores de esta historia saben que lo que cuento es cierto. Tan cierto como que conseguimos cobrar lo que se nos adeudaba.

 

Juan Manuel Pozuelo