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Categoría: Artículos
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Si tan poca consideración le tenía un sabio como Platón a la democracia, ¿cómo es que se ha convertido en el sistema político actual de la mayoría de los estados del mundo occidental? ¿Y si el problema reside en la misma democracia?

 

Desde hace mucho tiempo nos llevan diciendo que la democracia es la mejor forma de gobierno, que no hay nada que nos haga más libres que la propia libertad de elegir qué queremos para nuestra patria. Pero ¿es esto estrictamente cierto?

 

En mi humilde opinión es un no, un no rotundo. Hemos pasado de ser una democracia tal y como la planteaba Platón a un sistema “democrático” contemporáneo, donde hemos dejado el Estado de derecho por el Estado de las leyes. Nos hemos convertido en la tiranía de la mayoría, ya que en esta libertad cedemos nuestra doxa a la mayoría, quienes decidirán por nosotros y caemos en la tragedia de la arrogancia fatal, pensando que quienes ostentan el poder siempre harán lo correcto para nosotros, los ciudadanos.

 

Coincido en que el gobierno de los mejores, como su nombre indica, es el mejor, el más adecuado, y no el gobierno elegido por la mayoría (que no necesariamente tiene que ser el mejor). La mayoría puede estar equivocada, y los que de verdad saben cómo llevar una sociedad de forma justa pueden ser pocos. Pero ¿cómo podríamos elegir a los mejores para gobernar, si no sabemos discernir entre el bien y el mal? La historia de la humanidad nos ha llevado a vivir en una actualidad relativista, nadie se pone de acuerdo y no existen certezas comunes. No puede haber un gobierno de los mejores si no sabemos qué es lo mejor ni cuál es la verdad.

 

Además, los partidos tal y como los conocemos actualmente son un foco de infección a nuestro actual modelo de Estado predominante en casi toda Europa, ya que enfrentan a la población de un mismo país dividiéndolos por colores o bandos. Pues como bien dijo José Ortega y Gasset “ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”. Esto hace que la gente se preocupe más en discutir entre ellos que lo que de verdad está sucediendo en el panorama político. Esto daría como origen el desinterés por la política o lo más común, la polarización nacional, pues nadie se pondría de acuerdo, ya que un político echa las culpas a un sector de la población y otro grupo parlamentario a otros, entonces todos nos veríamos perjudicados de un lado o de otro y no se llegaría a mejorar nuestra calidad de vida como democracia, sino que se asemejaría más a un espectáculo de televisión.

 

Por ello, como dijo José Antonio Primo de Rivera “el ser derechista, como el ser izquierdista, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay que sentir”, ya que tanto la izquierda como la derecha (o los mal llamados centros) nos anulan por completo en un sistema que no quiere nada bueno para nosotros, salvo intereses, que en su mayoría son monetarios, a causa de explotar al trabajador con sueldos humillantes, subidas incesantes de impuestos o de bienes de primera necesidad. Pero con todo ello, ellos sólo quieren el bien para nosotros, como no...

 

Para entender esto, es muy necesario comprender que el concepto de justicia platónico es diferente del actual. Platónicamente, consiste en una gran virtud que nace cuando cada clase social cumple su función en perfecto equilibrio y armonía (haciendo el bien). En cambio, hoy en día consideramos la justicia como aquello que debe hacerse según derecho, razón o equidad. Por lo que, efectivamente, la democracia es lo más «justo» si entendemos la justicia de esta forma. Pero ¿es lo mejor? ¿Acaso el partido político más votado es el mejor? Si afirmamos esto, estamos afirmando que lo mayoritariamente aprobado es lo bueno, lo verdadero; y en este caso, estamos defendiendo una falacia ad populum. Se trata de un engaño.

 

Por otro lado, el derecho a voto es otro de los problemas que veo en nuestro modelo actual de Gobierno, pues creo que no todos estamos capacitados para votar, y que el futuro de ninguna de las naciones reside en una urna. Pero, si de esto se tratase, yo propondría que todos los votos de cada persona valgan lo mismo y no en función de dónde residan o a quién voten. Además, creo firmemente que deberíamos seleccionar a la gente más preparada. Gente que vote sabiendo lo que vota, sabiendo de politología o al menos de política, en pocas palabras gente culta, leída, estudiada... que no vote a alguien que no sabe ni a que programa político vota, y no hablo ni mucho menos de distinguirlos según su renta, pues no creo que el capital sea un distintivo útil para decidir quién vale y quien no, sino que, todo lo contrario. Considero que es otro de los males que lapidan este sistema, pues trae corrupción y hambre en masa, pues quien es rico se hará cada vez más rico, pero quien es pobre no levantará cabeza nunca.

 

También, estoy en desacuerdo con la globalización pues con ella todas las naciones se desvirtualizan de su verdadero yo. Con ella el intervencionismo extranjero acapara el nacional, perdiéndose todo ápice de identidad nacional (soberanía), otorgándoselo a intereses ajenos; aumenta el paro en países desarrollados, caen en declive las lenguas minoritarias y el comercio local o las pequeñas empresas no reciben ayudas, pues el mayor índice de capital va dirigido a las grandes empresas pues “el beneficio es mayor”.

 

Asimismo, también achaco gran parte de culpa a los medios de comunicación, que, en muchas ocasiones, manipulan más que informan. Ellos tienen la capacidad de instruir y cambiar el rumbo de las cosas, pues la gente se informa y toma acción a raíz de lo que se le dice en los medios, aunque queramos creer que no. Por ello, como dice el periodista Juan Pablo Cárdenas “nada amenaza más a las democracias vigentes que sus medios de comunicación se desnaturalicen, empiecen a servir intereses ajenos a su misión de ser vehículos del pensamiento, verdaderos reverberos de la sociedad en la que se sustentan”.

 

Por último, y no por ello menos importante, el gran problema radica en la inestabilidad del sistema educativo, ya que está siempre sujeto a continuos cambios políticos. Es imposible teorizar un cambio educativo si están condicionados por los líderes políticos de turno, la selección y formación del profesorado, la excesiva burocracia, la crisis de autoridad... Retaco y Amores (2016) destacan que los estudiantes «fracasan no solo por dificultades de aprendizaje o por problemas personales relacionados con su entorno familiar, sino que también se estrellan contra un sistema educativo que no ha sido capaz de proporcionar las respuestas adecuadas a sus necesidades».

 

Estas políticas, a pesar de tener un fin positivo, terminan siendo totalmente lo contrario, ya que en España ha habido más políticas de reforma educativa que mejora en la calidad de la propia educación. Esto ha provocado un aumento en el número de jóvenes y niños que dejan de estudiar o dejan los cursos a medias creyendo que les ira mejor en el mercado laboral. Sin embargo, nadie les dice que allí, donde ellos esperan prosperar, no te cogen sin una preparación académica previa.

 

Todo esto se debe en gran parte a la rivalidad de nuestros políticos, cuya finalidad es que sus pactos se vean reflejados en todas y cada una de las materias que ellos legislan, sin darse cuenta de que no nos benefician para nada y que sólo nos están haciendo sufrir las consecuencias más directas del desacuerdo crónico que padecen.

 

Gran culpa tiene también el estado de las autonomías, ya que, si en vez de tener 17 sistemas educativos tuviésemos uno, sólido y fuerte dirigido desde el Gobierno de España todo iría sobre ruedas.

 

En definitiva, la democracia tal y como la conocemos no funciona. Debido a esto no podría catalogar el problema o los problemas que atraviesa la democracia, sino que podría afirmar que ella en su conjunto es el verdadero problema.

 

Beatriz C.

 

Extraído de la revista "Milicia"