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     Se empeñan en querer llamarlo "racismo" o "xenofobia", cuando no es más que sentido común. En su esfuerzo por querer hacernos "comulgar con ruedas de molino", los fabricantes de opinión al servicio de magnates y políticos, bajo oscuros intereses, no cesan de insultar y mentir.

     Está, demostrado y anunciado, el interés del terrorismo radical islamista de golpear en Europa. Su guerra no es una guerra a corto plazo, con fines puntuales y conquistas concretas. Su guerra es una forma de vida y de ser. La Yihad es su razón y fundamento. Y no van a retirarse del combate porque hayan perdido el dominio de territorio. Su guerra no es de "este mundo", su guerra es una conquista espiritual, y su meta el "paraíso". Y su "paraíso" no está en la tierra.

     Tampoco van a tratar de llegar a Europa para vivir una vida cómoda y estable, que sería la aspiración de cualquier occidental moderno. Su única y principal razón para llegar a Europa es atacar al "infiel", que le aúpe a su preciado "paraíso". Ni las ayudas sociales, ni las perspectivas laborales, ni el "buenismo" democrático... harán doblegar la voluntad del yihaidistas.

     Si no actúan ahora, no se engañen, no es por el cerco o presión policial. No lo hacen porque esperan el momento adecuado, aquel que más daño pueda hacer. No tienen prisa, no tienen necesidad de apresurarse. Basta con organizarse, instruirse, captar más adeptos para su guerra "santa". Y golpear allí donde más duela.

     Recuerden el perfil de los terroristas de las Torres Gemelas, estudiantes universitarios, jóvenes aparentemente integrados, vecinos que pasaban desapercibidos en el maremágnum de inmigrantes y extranjeros de cualquier ciudad europea. Claro que no todos los inmigrantes y musulmanes son terroristas, faltaría más. Seguramente serán otras víctimas, directas e indirectas de las acciones genocidas. Pero ahí están enmascarados, camuflados entre la población para no ser descubiertos.

     Muchos yihaidistas tras el control de los territorios en Siria e Iraq, no pueden permanecer tranquilamente allí. Unos por ser extranjeros, que acudieron a la llamada de la Yihad, y que serían descubiertos ahora. Otros por, aun siendo de la zona, haberse significado en sus fechorías y estar perseguidos. Unos y otros tienen la oportunidad dorada de acudir a Europa. Para evadirse de la justicia y para continuar su guerra. En labores de lucha, de captación o de adoctrinamiento.

     La llegada masiva y sin control de inmigrantes y falsos refugiados es la vía de escape. El buenismo occidental, edulcorado por los fabricantes de opinión, son los colaboradores necesarios del suicidio de Occidente. Controlar la inviolabilidad de nuestras fronteras, es el primero, aunque no el único sistema de protección que debemos adoptar. La localización y neutralización de los yihaidistas y sus focos de expansión, y adoctrinamiento, el segundo.

     La población autóctona debe sacudirse complejos impuestos. Defender la identidad propia, frente a la asimilación internacionalista, es un derecho natural. Buscar la seguridad e independencia de intereses exógenos es una obligación. Tratar de dejar un país mejor a nuestros hijos, una responsabilidad.

     Si algo he aprendido del pueblo kurdo, es a amar tu propia cultura, tus tradiciones, música y folclore. Es a defender la libertad y soberanía del pueblo frente a intereses foráneos. Luchar por la justicia social, y autogestión del pueblo. Y no delegar la propia seguridad y defensa en fuerzas al servicio de la casta política, o mandamases supranacionales.

     Cuando los gobernantes no defienden los intereses del pueblo que dicen representar, sino los dictados de otros, no puede llamarse democracia. Cuando los trabajadores son traicionados por quienes debieran defenderlos, importando mano de obra barata que los hunda más en la miseria, no puede llamarse socialismo. Cuando las ayudas sociales van dirigidas a terceros y no a quienes las han sufragado con su trabajo, no puede llamarse solidaridad.

     Dejen ya de engañar al pueblo y velen por su bienestar y futuro, por su seguridad, por sus creencias e identidad. No quieran imponer experimentos sociales que aniquilan el orden natural. Y esperemos que este pueblo adormecido y eunuco, despierte y actúe, antes de que se vea ahogado en sangre. De nada servirá entonces buscar culpables. Los culpables son, los que engañan, pero también, los que se dejan engañar.

 

Simón de Monfort

 

Extraído del libro "La Cruz y la Espada" de Simón de Monfort editado por Ediciones Esparta