Adolfo Suárez ha muerto. Murió el Duque. Murió el Tahúr del Misisipi como se le conocía coloquialmente en los ambientes socialistas.
Siguiendo esa constumbre tan española de ensalzar a los muertos por muy malos que estos hayan sido en vida, toca el momento de elevar su figura a la categoría de mito, de héroe. Se me erizan los pelos de mi cuerpo al escuchar tanta gilipollez, tanta cursilería, tanta falsedad, tanta y tanta mentira sobre su persona y sobre su obra. Voceros profesionales, tertulianos de salón y políticos mediocres, todos de acuerdo a la hora de elevar su legado: ni un solo pero, si una sola coma, todo alabanzas ante un nefasto y pésimo Presidente. Esto no lo dirán ellos.
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