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Lo que se pretende sugerir de este modo es que la ausencia de representatividad de los yihadistas no se debe solo a su carácter criminal, sino a que las sociedades musulmanas no apoyan siquiera los objetivos –no ya los medios- del radicalismo.

De este modo, se aísla el fenómeno terrorista de su matriz y se consigue el resultado deseado: romper el cordón umbilical que une ambos, lo que alimenta la idea de que los yihadistas no son verdaderos musulmanes, ya que el islam es una religión de paz.

 

Yihadistas impíos

Cada vez que se produce un atentado, y siempre que las circunstancias lo permitan, los medios airean biografías de los yihadistas en las que se demuestra que, en efecto, estos no han llevado una vida religiosa, añadiendo detalles de sus peripecias personales destinados a desacreditar la presunción de ser buenos musulmanes; es entonces de resaltar el celo –digno de una hoja parroquial de los años cuarenta- que muestran los medios en subrayar la impiedad de los zelotes muslimes.

Por supuesto, la mayoría de musulmanes rechazan el terrorismo yihadista como medio de lucha, y en una mayoría de países no justifican este tipo de actos. Pero la realidad es que los musulmanes apoyan de forma creciente la introducción de la sharía en sus sociedades, como muestran sistemáticamente las encuestas que se realizan.

 

Las encuestas, sin embargo, no valen gran cosa si no se las interpreta, de modo que nos dicen relativamente poco. Fundamentalmente, porque las diferencias internas en el islam son enormes, y no tiene mucho sentido asimilar el islam de una sociedad integrista como la de Afganistán con el de una sociedad en la que no resulta exótico un cierto concepto de secularización como puede ser la de Bosnia o Albania.

Para lo que hace a Europa, pues, lo sustancial es el tipo de interpretación islámica que prevalece en los lugares de emisión de la emigración hacia nuestro continente, vale decir Oriente Próximo, el norte de África y Pakistán, pues es su población la que habita nuestras ciudades.

¿Qué musulmanes?

En ocasiones se extrapolan los datos del conjunto del islam para afirmar que la mayoría de los musulmanes no está a favor de la imposición de la ley islámica, pero si analizamos esos mismos datos por regiones más o menos homogéneas, los resultados son distintos.

Ciertamente, algunas regiones del mundo musulmán muestran porcentajes inferiores al 15% de apoyo a la sharía, pero estas regiones emiten poca inmigración o ninguna, al menos hacia Europa. Por eso, en lo que a nuestro continente atañe, los musulmanes magrebíes y del Próximo Oriente son favorables a instaurar la sharía en un porcentaje cercano al 75%, y los de Pakistán lo están en cifras aún mayores, en torno al 85%, algo indudablemente abrumador; y eso es lo que está entrando en Europa.

 

En términos generales, la mayoría de los musulmanes considera que la música occidental, las películas y la televisión –y, por ende, los medios de comunicación- constituyen una amenaza a la moral, lo que no significa que no disfruten de ello de modo más o menos silente, sobre todo cuando gozan de la suficiente autonomía social. Sin embargo, eso no parece haber impulsado una mayor integración, y la mejor prueba es que los musulmanes viven en comunidades cerradas en las que, cada vez en mayor medida, la ley imperante es la sharía.

¿Qué es la Sharía?

Lo que se conoce como Sharía es el derecho islámico (Sharía, en árabe significa “lo que está permitido”), aunque su concepción del derecho tiene poco que ver con lo que nosotros conocemos por tal. En esencia, se basa en las últimas suras del Corán, las últimas según el orden de la revelación, no según el orden en que aparecen en el Corán.

De hecho, una de las fuentes de la Sharía es la sura quinta, que resulta ser una de las últimas en ser revelada. En esta sura se tratan cuestiones de orden moral, pero también dietético, la prohibición de beber y de jugar y de la adivinación como obra del demonio. Las cuestiones sexuales se tratan en la sura 24, algo anterior a la quinta: “Flagelad a la fornicadora y al fornicador con cien azotes cada uno…”

Lo esencial es que las suras más tardías están, lógicamente, consideradas como las más importantes. Pero los musulmanes conceden que el Corán a veces no es lo suficientemente explícito: enuncia líneas generales pero, en ocasiones, está carente de detalles que concreten las normas.

Para esto existen los hadices, cuyo significado es el de “dichos tradicionales”, y que están formados por los hechos y dichos de Mahoma, quien es propuesto como el modelo perfecto de musulmán; esto hace que la biografía de Mahoma sea tan importante en el islam.

La mayor parte del derecho penal del islam, así como el modo en que se concretan los Cinco Pilares del Islam, proceden de los hadices.

La Sharía es, pues, una concepción del mundo que abarca todos los aspectos de la existencia, y que incide tanto sobre lo público como sobre lo privado. Ningún ámbito humano escapa a su jurisdicción. Porque la sharía no es un asunto privado, personal, sino que constituye un sistema legal global, que abarca todos los aspectos de la vida personal y social.

Para lo que nos ocupa, es evidente que cualquier cesión a la sharía no puede realizarse sino en detrimento de las leyes occidentales; no caben compromisos.

La Sharía en Marruecos

Como se ha dicho antes, se produce un claro desequilibrio en las regiones del mundo musulmán en cuanto a su grado de islamización, pero el problema reside en que, justamente, quienes llegan a Europa proceden de las regiones más islamizadas.

Cobra particular importancia la situación de Marruecos, y no solo en el caso de España, ya que el 70% de los yihadistas que han cometido atentados en Europa durante los últimos quince años son de origen marroquí.

Y no es extraño, por cuanto las mezquitas en ese país están muy inclinadas hacia el radicalismo, en el seno de una sociedad profundamente islamizada, algo que tanto en España como en el conjunto de Europa se oculta celosamente. En nuestro vecino meridional se viene aplicando una cierta versión de la sharía desde hace décadas.

La eliminación que Hassan II llevó a cabo de la oposición socialista, sindicalista y democrática en los años setenta y ochenta dejó el camino abierto a un tipo peculiar de fundamentalismo como principal fuerza para encauzar la protesta popular, sobre todo entre los pobres urbanos. Tres décadas más tarde, el 83% de la población se muestra favorable a la aplicación de la sharía. La dirección política de la nación tiene esto muy presente, razón por la cual el proselitismo de otras religiones está prohibido y penado con cárcel, y la predicación del cristianismo por misioneros representa su expulsión inmediata.

En Europa

La inmigración que llega hasta nuestras tierras procede, pues, de estas coordenadas culturales. Es una inmigración juvenil, radicalizada y fuertemente islamizada, que encuentra en el islam su seña de identidad, lo que no es raro dadas las condiciones en que se han desarrollado.

Los emigrantes procedentes del norte de África y del Próximo Oriente apoyan casi en un 80% que el derecho familiar esté sometido a la ley islámica; y cerca del 60% son favorables a que se empleen castigos físicos contra los infractores y que se ejecute a los apóstatas. Nueve de cada diez consideran que no se puede tener moral si no se cree en Dios.

El sometimiento de las mujeres a los hombres es compartido por el 87% de la población, y dos tercios creen que los líderes religiosos deben desempeñar un papel político eminente.

En muchas ciudades europeas, patrullas de jóvenes uniformados recorren las calles en los barrios musulmanes advirtiendo a sus correligionarios lo que les está permitido y lo que no. Obligan a las jóvenes a ponerse el velo si no lo visten y utilizan la violencia contra los más rebeldes.

En otras ciudades incluso han llegado a verse carteles con la leyenda: “Está entrando en zona controlada por la sharía”, como sucedió en Dinamarca hace unos años, algo a lo que hizo alusión el líder islamista Anjem Choudary cuando presumió de tener en Gran Bretaña “miles de personas dispuestas a salir a patrullar las calles para nosotros”.

En Estocolmo la situación es punto menos que insostenible en muchas zonas de la ciudad, hasta el punto de que la policía reconoce su incapacidad de controlarla. Barrios enteros aplican la sharía al margen de la ley del país, y los problemas de seguridad se han multiplicado; en los conciertos veraniegos al aire libre, las violaciones son habituales y se han planteado suspenderlos de cara a los próximos años.

Complaciendo al Islam

Algunas de las principales capitales europeas han comenzado unas curiosas campañas de moralización, casi siempre de la mano de partidos progresistas que no hace tanto eran los abanderados de la más completa libertad sexual.

En París, la alcaldesa socialista Anne Hidalgo –de origen andaluz- ha determinado que ya es hora de eliminar el sexismo del espacio público y que París será “pionera” en esta lucha. Casualmente, coincide con la decisión del alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Jan, resuelto a prohibir todos aquellos anuncios que levanten “expectativas no realistas sobre la imagen física y la salud de las mujeres”. En la capital alemana, en fin, también se ha dispuesto que sean proscritas las imágenes de mujeres que aparezcan “atractivas aunque débiles, histéricas, tontas, locas, ingenuas o gobernadas por sus emociones”.

La vestimenta de las europeas se está viendo así mismo modificada. Ya sucedió cuando los miles de asaltos sexuales en la Nochevieja de hace un par de años en Alemania y la alcaldesa de Colonia pidió a las alemanas que pusieran cuidado en no “sugerir” con el vestir; ahora, los colegios de ese país están enviando comunicaciones a los padres para que eviten que sus hijas usen ropas “provocativas”: el obvio objetivo es no incomodar a los musulmanes. Propósito que ha movido también a los ayuntamientos holandeses a tomar una iniciativa parecida al pedir a sus empleadas que no usen minifalda.

 

La sharía se está aplicando en amplios espacios de las ciudades europeas ante la casi completa dejación de las autoridades. El discurso de la corrección política se ha impuesto entre las fuerzas políticas tanto de izquierdas como de derecha; un discurso que favorece la pujante inmigración musulmana, aunque exija un repliegue del derecho, de la moral y de la libertad que han sido características de nuestra civilización.

Lo que se pretende sugerir de este modo es que la ausencia de representatividad de los yihadistas no se debe solo a su carácter criminal, sino a que las sociedades musulmanas no apoyan siquiera los objetivos –no ya los medios- del radicalismo.

De este modo, se aísla el fenómeno terrorista de su matriz y se consigue el resultado deseado: romper el cordón umbilical que une ambos, lo que alimenta la idea de que los yihadistas no son verdaderos musulmanes, ya que el islam es una religión de paz.

 

Yihadistas impíos

Cada vez que se produce un atentado, y siempre que las circunstancias lo permitan, los medios airean biografías de los yihadistas en las que se demuestra que, en efecto, estos no han llevado una vida religiosa, añadiendo detalles de sus peripecias personales destinados a desacreditar la presunción de ser buenos musulmanes; es entonces de resaltar el celo –digno de una hoja parroquial de los años cuarenta- que muestran los medios en subrayar la impiedad de los zelotes muslimes.

Por supuesto, la mayoría de musulmanes rechazan el terrorismo yihadista como medio de lucha, y en una mayoría de países no justifican este tipo de actos. Pero la realidad es que los musulmanes apoyan de forma creciente la introducción de la sharía en sus sociedades, como muestran sistemáticamente las encuestas que se realizan.

 

Las encuestas, sin embargo, no valen gran cosa si no se las interpreta, de modo que nos dicen relativamente poco. Fundamentalmente, porque las diferencias internas en el islam son enormes, y no tiene mucho sentido asimilar el islam de una sociedad integrista como la de Afganistán con el de una sociedad en la que no resulta exótico un cierto concepto de secularización como puede ser la de Bosnia o Albania.

Para lo que hace a Europa, pues, lo sustancial es el tipo de interpretación islámica que prevalece en los lugares de emisión de la emigración hacia nuestro continente, vale decir Oriente Próximo, el norte de África y Pakistán, pues es su población la que habita nuestras ciudades.

¿Qué musulmanes?

En ocasiones se extrapolan los datos del conjunto del islam para afirmar que la mayoría de los musulmanes no está a favor de la imposición de la ley islámica, pero si analizamos esos mismos datos por regiones más o menos homogéneas, los resultados son distintos.

Ciertamente, algunas regiones del mundo musulmán muestran porcentajes inferiores al 15% de apoyo a la sharía, pero estas regiones emiten poca inmigración o ninguna, al menos hacia Europa. Por eso, en lo que a nuestro continente atañe, los musulmanes magrebíes y del Próximo Oriente son favorables a instaurar la sharía en un porcentaje cercano al 75%, y los de Pakistán lo están en cifras aún mayores, en torno al 85%, algo indudablemente abrumador; y eso es lo que está entrando en Europa.

 

En términos generales, la mayoría de los musulmanes considera que la música occidental, las películas y la televisión –y, por ende, los medios de comunicación- constituyen una amenaza a la moral, lo que no significa que no disfruten de ello de modo más o menos silente, sobre todo cuando gozan de la suficiente autonomía social. Sin embargo, eso no parece haber impulsado una mayor integración, y la mejor prueba es que los musulmanes viven en comunidades cerradas en las que, cada vez en mayor medida, la ley imperante es la sharía.

¿Qué es la Sharía?

Lo que se conoce como Sharía es el derecho islámico (Sharía, en árabe significa “lo que está permitido”), aunque su concepción del derecho tiene poco que ver con lo que nosotros conocemos por tal. En esencia, se basa en las últimas suras del Corán, las últimas según el orden de la revelación, no según el orden en que aparecen en el Corán.

De hecho, una de las fuentes de la Sharía es la sura quinta, que resulta ser una de las últimas en ser revelada. En esta sura se tratan cuestiones de orden moral, pero también dietético, la prohibición de beber y de jugar y de la adivinación como obra del demonio. Las cuestiones sexuales se tratan en la sura 24, algo anterior a la quinta: “Flagelad a la fornicadora y al fornicador con cien azotes cada uno…”

Lo esencial es que las suras más tardías están, lógicamente, consideradas como las más importantes. Pero los musulmanes conceden que el Corán a veces no es lo suficientemente explícito: enuncia líneas generales pero, en ocasiones, está carente de detalles que concreten las normas.

Para esto existen los hadices, cuyo significado es el de “dichos tradicionales”, y que están formados por los hechos y dichos de Mahoma, quien es propuesto como el modelo perfecto de musulmán; esto hace que la biografía de Mahoma sea tan importante en el islam.

La mayor parte del derecho penal del islam, así como el modo en que se concretan los Cinco Pilares del Islam, proceden de los hadices.

La Sharía es, pues, una concepción del mundo que abarca todos los aspectos de la existencia, y que incide tanto sobre lo público como sobre lo privado. Ningún ámbito humano escapa a su jurisdicción. Porque la sharía no es un asunto privado, personal, sino que constituye un sistema legal global, que abarca todos los aspectos de la vida personal y social.

Para lo que nos ocupa, es evidente que cualquier cesión a la sharía no puede realizarse sino en detrimento de las leyes occidentales; no caben compromisos.

La Sharía en Marruecos

Como se ha dicho antes, se produce un claro desequilibrio en las regiones del mundo musulmán en cuanto a su grado de islamización, pero el problema reside en que, justamente, quienes llegan a Europa proceden de las regiones más islamizadas.

Cobra particular importancia la situación de Marruecos, y no solo en el caso de España, ya que el 70% de los yihadistas que han cometido atentados en Europa durante los últimos quince años son de origen marroquí.

Y no es extraño, por cuanto las mezquitas en ese país están muy inclinadas hacia el radicalismo, en el seno de una sociedad profundamente islamizada, algo que tanto en España como en el conjunto de Europa se oculta celosamente. En nuestro vecino meridional se viene aplicando una cierta versión de la sharía desde hace décadas.

La eliminación que Hassan II llevó a cabo de la oposición socialista, sindicalista y democrática en los años setenta y ochenta dejó el camino abierto a un tipo peculiar de fundamentalismo como principal fuerza para encauzar la protesta popular, sobre todo entre los pobres urbanos. Tres décadas más tarde, el 83% de la población se muestra favorable a la aplicación de la sharía. La dirección política de la nación tiene esto muy presente, razón por la cual el proselitismo de otras religiones está prohibido y penado con cárcel, y la predicación del cristianismo por misioneros representa su expulsión inmediata.

En Europa

La inmigración que llega hasta nuestras tierras procede, pues, de estas coordenadas culturales. Es una inmigración juvenil, radicalizada y fuertemente islamizada, que encuentra en el islam su seña de identidad, lo que no es raro dadas las condiciones en que se han desarrollado.

Los emigrantes procedentes del norte de África y del Próximo Oriente apoyan casi en un 80% que el derecho familiar esté sometido a la ley islámica; y cerca del 60% son favorables a que se empleen castigos físicos contra los infractores y que se ejecute a los apóstatas. Nueve de cada diez consideran que no se puede tener moral si no se cree en Dios.

El sometimiento de las mujeres a los hombres es compartido por el 87% de la población, y dos tercios creen que los líderes religiosos deben desempeñar un papel político eminente.

En muchas ciudades europeas, patrullas de jóvenes uniformados recorren las calles en los barrios musulmanes advirtiendo a sus correligionarios lo que les está permitido y lo que no. Obligan a las jóvenes a ponerse el velo si no lo visten y utilizan la violencia contra los más rebeldes.

En otras ciudades incluso han llegado a verse carteles con la leyenda: “Está entrando en zona controlada por la sharía”, como sucedió en Dinamarca hace unos años, algo a lo que hizo alusión el líder islamista Anjem Choudary cuando presumió de tener en Gran Bretaña “miles de personas dispuestas a salir a patrullar las calles para nosotros”.

En Estocolmo la situación es punto menos que insostenible en muchas zonas de la ciudad, hasta el punto de que la policía reconoce su incapacidad de controlarla. Barrios enteros aplican la sharía al margen de la ley del país, y los problemas de seguridad se han multiplicado; en los conciertos veraniegos al aire libre, las violaciones son habituales y se han planteado suspenderlos de cara a los próximos años.

Complaciendo al Islam

Algunas de las principales capitales europeas han comenzado unas curiosas campañas de moralización, casi siempre de la mano de partidos progresistas que no hace tanto eran los abanderados de la más completa libertad sexual.

En París, la alcaldesa socialista Anne Hidalgo –de origen andaluz- ha determinado que ya es hora de eliminar el sexismo del espacio público y que París será “pionera” en esta lucha. Casualmente, coincide con la decisión del alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Jan, resuelto a prohibir todos aquellos anuncios que levanten “expectativas no realistas sobre la imagen física y la salud de las mujeres”. En la capital alemana, en fin, también se ha dispuesto que sean proscritas las imágenes de mujeres que aparezcan “atractivas aunque débiles, histéricas, tontas, locas, ingenuas o gobernadas por sus emociones”.

La vestimenta de las europeas se está viendo así mismo modificada. Ya sucedió cuando los miles de asaltos sexuales en la Nochevieja de hace un par de años en Alemania y la alcaldesa de Colonia pidió a las alemanas que pusieran cuidado en no “sugerir” con el vestir; ahora, los colegios de ese país están enviando comunicaciones a los padres para que eviten que sus hijas usen ropas “provocativas”: el obvio objetivo es no incomodar a los musulmanes. Propósito que ha movido también a los ayuntamientos holandeses a tomar una iniciativa parecida al pedir a sus empleadas que no usen minifalda.

 

La sharía se está aplicando en amplios espacios de las ciudades europeas ante la casi completa dejación de las autoridades. El discurso de la corrección política se ha impuesto entre las fuerzas políticas tanto de izquierdas como de derecha; un discurso que favorece la pujante inmigración musulmana, aunque exija un repliegue del derecho, de la moral y de la libertad que han sido características de nuestra civilización.