Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado
 

Resultado de imagen de inmigración

Hace poco más de un mes este medio informó de que la inmigración ilegal había crecido un 100% respecto a los primeros seis meses de este 2017. El pasado lunes conocimos un nuevo asalto masivo por parte de varios centenares de subsaharianos a la frontera de Ceuta.

Esta violación del territorio fronterizo, más allá del ilícito administrativo y del problema humanitario que supone, debe considerarse en otros términos.

 

Tres centenares de personas sin los más mínimos recursos y con una difícil inserción social y laboral han atravesado sin control un país que se dice nuestro aliado, manejados por mafias que se lucran con el tráfico de personas, organizando estas caravanas humanas y estos asaltos masivos.

 

Al llegar, han esperado el momento oportuno. Y entonces, el pequeño batallón extranjero de inmigrantes ha violado nuestra frontera como si de una invasión se tratase, porque aunque no fuera un ejército regular si se trató de un acto coordinado.

 

Con todo, cuando se producen estos asaltos masivos a nuestras fronteras, lo más preocupante son las reacciones políticas y periodísticas, que pueden ir desde ataques desmedidos a los funcionarios de los cuerpos de seguridad que tratan de impedir el delito hasta mensajes de apoyo a los ilegales.

 

Pero evidentemente quienes dicen apoyarles de esa manera no van a abrir sus lujosas casas para acogerles porque, en definitiva, son la peor clase de negreros. Ya no les pegan latigazos, ahora prefieren medrar a costa de la pobreza.

 

A estos inmigrantes, como a los millones que han entrado por Barajas, no les va a ayudar ningún progre. Sólo los que hemos tenido que repartir propaganda, servir copas y mesas o trabajar en el turno de noche, en definitiva vivir con ellos la dureza del trabajo precario, les conocemos de verdad e incluso hemos llegado a preocuparnos por ellos. Para nosotros son personas.

 

Pero la izquierda del discurso vacío, de la promesa vana y la mentira constante seguirá viendo al inmigrante como un instrumento propagandístico. Una pancarta que colgar en la fachada del Ayuntamiento, un argumento para tergiversar en el debate de La Sexta o para ganar seguidores en Twitter.

 

La ex-derecha española, por su parte, contempla la inmigración en clave puramente mercantilista: en la infinita carrera de la liberalización económica y la destrucción de los derechos sociales es necesario importar mano de obra esclava para que las grandes empresas que financian las campañas del Partido no gasten demasiado en la carísima Seguridad Social de los malacostumbrados trabajadores españoles.

 

Quienes ponemos por encima de todo la dignidad de la persona nos hemos dado cuenta hace tiempo que quién esta en medio de todo es el inmigrante. Se trata de personas que en la desesperación por huir de la miseria dejan atrás casa y familia y se ven obligados a aceptar condiciones de trabajo propias de la Edad Media, lo que sirve para avanzar también en la aniquilación de nuestros derechos sociales y laborales.

 

Es en los barrios humildes, en las periferias, donde se conoce a los inmigrantes y se convive con ellos, no en Conde Orgaz, la zona residencial donde vive Carmena. Son los vecinos de esas zonas desfavorecidas quienes las han visto deteriorarse. Son los vecinos de los barrios más castigados los que han vivido los problemas de la delincuelcia que genera importar esclavos. Es en las barrios obreros donde se sufre el choque cultural y la delincuencia, no en casa de Ana Pastor.

Y por ello también son nuestros nacionales más humildes, especialmente quienes compiten por los trabajos menos cualificados, quienes han visto como sus condiciones sociales, económicas y laborales han sido arrasadas.

 

Europa ya ha despertado a pesar del insistente y machacón discurso del miedo a la ultraderecha y el racismo. Estar en contra de un fenómeno injusto con el propio inmigrante como es su explotación no es racismo. Menos si además se pretende la defensa de nuestra nación, cultura, identidad y condiciones socio laborales.

 

El 50% de los franceses considera que en la nación gala el número de inmigrantes es excesivo. En la última oleada del eurobarómetro, las primeras preocupaciones de los europeos eran el terrorismo y la inmigración. La última oleada del CIS en España también revela una preocupación creciente sobre este fenómeno.

 

Quienes defienden este modelo de inmigración descontrolada, masiva e injusta tanto para el inmigrante como para el territorio de acogida sólo lo hacen por un doble interés. Por un lado son cómplices de los grandes intereses empresariales. Los mismo que un día defendieron la deslocalización, hoy defienden directamente importar la mano de obra barata. Además, defienden los intereses del mundialismo, ligados de manera indisoluble a los anteriores. A quién no defenderán jamás es al inmigrante. Y desde luego, mucho menos, a nuestros nacionales.