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Mientras se despilfarra el presupuesto público en festejos ideologizados de todo tipo –la obscena práctica clientelista habitual- muchas de las necesidades reales de los españoles siguen sin ser atendidas.

Algunas de estas necesidades no solo son de interés público, sino que además resultan esenciales para la propia supervivencia de la sociedad, como es el caso de las que defiende la Red Estatal de Entidades de Familias Monoparentales, que estos días ha reclamado su satisfacción –siempre preterida, más allá de las buenas palabras de los políticos-.

 Y es que, en España existen casi dos millones de familias monoparentales, de las cuales un 80% están constituidas por una mujer y uno o dos hijos. De este tipo de familias, algo más de la mitad (el 53%) se encuentra en situación de pobreza, de acuerdo a los datos manejados por UNICEF y Save the Children, pobreza que no es consecuencia de su carácter monoparental -más bien este suele ser causa de aquella- pero que se agudiza con él.

La Red Estatal de Entidades de Familias Monoparentales ha demandado que le sean reconocidas a estas familias una parte de los derechos que se aplican a las familias numerosas, y que puedan contar con beneficios fiscales o en el transporte; y otros colectivos de este mismo signo también han solicitado que se amplíe el permiso de maternidad para las madres solteras hasta las veinte semanas, cifra que resulta de sumar al permiso materno el que corresponde al paterno.

El problema de la natalidad

Estas asociaciones denuncian que desde los gobiernos no se desarrollan políticas de conciliación, pese a que –argumentan- la bajísima natalidad es un desafío esencial para la España de hoy.

Y es que es cierto que, de entre todos los problemas que tiene planteados España, hay uno de especial gravedad: la demografía. Desde el año 2.000, nuestro país ha alcanzado el llamado estado de “reversión demográfica”, es decir, que hay más población con una edad superior a los 65 años que menor de 15 años.

Y es que en España se retrasa la maternidad más que en ningún otro país de Europa, alcanzando casi los 31 años el primer parto, dos por encima de la media de la UE. Además, España encabeza las estadísticas de divorcios –hace tiempo que puedes divorciarte desde tu Smartphone, sólo son cinco pasos-, y el aborto es prácticamente libre y se efectúa sin restricciones, alcanzando la cantidad de 100.000 al año (sólo contando los abortos quirúrgicos). Los abortos, en su conjunto, casi alcanzan la mitad de los nacimientos necesarios para asegurar el reemplazo generacional.

Un previsible envejecimiento

España está a la cola de la tasa de fertilidad de la Unión Europea junto a Portugal y Grecia. De hecho, el país pierde población, con el previsible resultado de que la población envejece a notable velocidad. Las consecuencias son visibles desde hace tiempo, y lo serán aún más en los próximos años. El futuro de la sociedad española es cada vez menos viable, pero los políticos de todos los pelajes evitan un debate que saben decisivo, pero que nadie quiere abordar.

Ese envejecimiento tiene una consecuencia política primaria, y es que los temas referidos a la tercera edad van a ser crecientemente protagonistas del debate público, como se está viendo en las últimas fechas con respecto a la cuestión de la eutanasia.

Pero, sobre todo, agravará la situación económica de las sociedades occidentales, y de forma muy acusada la de España. Las pensiones serán cada vez más magras para los perceptores, y además perjudicarán en cada vez mayor proporción a los nuevos cotizantes, que se verán obligados a mantener de forma creciente a más población. Como es lógico, la disminución de la población repercutirá en las economías de escala encareciendo el coste de los productos.

Todas estas consideraciones no son solo datos. Una gran cantidad de las criaturas nacidas en las últimas décadas, hasta un 28%, son hijos únicos. Esto tiene una gran importancia, porque la ausencia de hermanos, sumada a la baja natalidad (que va a hacer que muchas de estas personas no dejen descendencia) y a la tasa de divorcio hará que, a finales de siglo, mueran en la más completa soledad. El afecto que reciba una persona a lo largo de su vida será mucho menor que lo que ha sido usual hasta ahora, y su proceso de socialización también será distinto, difícilmente más completo que lo que ha venido siendo norma hasta nuestros días.

Una apuesta ideológica

Las políticas estatales no se están adaptando a la demanda social, como muchas veces las autoridades pregonan, sino que favorecen objetivos contrarios a los que la población desea: mientras que las españolas tiene una media de 1.3 hijos por mujer, en las encuestas manifiestan que desearían elevar esa cifra hasta casi duplicarla. Y eso, que puede ser causa de gran frustración, a las autoridades, sin embargo, no parece preocuparles en exceso.

Igualmente, los matrimonios estables presentan una tasa mayor de hijos, pero nada se hace para promoverlos, sino todo lo contrario, y tampoco se hace nada para que las mujeres procreen antes, lo cual a su vez tiene que ver con el retraso en el proceso de maduración y con las condiciones objetivas del mercado laboral.

Por otro lado, solo se favorece a las madres que trabajan fuera del hogar, lo que es un error en términos demográficos, porque las mujeres que permanecen en casa son más prolíficas. De hecho, una tercera parte de los niños nacidos en España lo hacen de mujeres que no trabajan fuera del hogar, mientras que constituyen apenas un 20% del total de mujeres que forman parte de la población activa. Pero en España se ha instalado un desprecio por las mujeres que trabajan en su hogar que ha conducido al desprestigio social a estas mujeres, a las que se niega visibilidad social.

La baja natalidad como costumbre

Todo esto ha generado una dinámica social muy perjudicial para la natalidad. La escasez de hijos no favorece la sensación de que se trabaja y se ahorra para las generaciones venideras; a los españoles se les ha inculcado la filosofía de vivir para el presente, y los estímulos de tipo económico, siendo necesarios, no resultarían seguramente suficientes como para modificar sustancialmente la tendencia actualmente imperante.

Sin duda, los factores económicos juegan un papel importante. La precariedad laboral es una causa cierta de la desincentivación de la natalidad, como las altas tasas de paro, los empleos a tiempo parcial, la escasa flexibilidad de horarios, las cortas bajas por maternidad y las dificultades para acceder a los servicios de guarderías públicas.

Pero solucionar todo esto no parece suficiente: las cuestiones económicas son solo parte del problema, porque lo cierto es que el comportamiento en cuanto a la natalidad no varía en España según la clase social; es decir, que el aumento del nivel de renta no se ve acompañado de un aumento de la natalidad, algo que sí sucede en el resto de países europeos.

Lo que esto sugiere es que se ha instalado una mentalidad hedonista que se extiende transversalmente por toda la sociedad. Los españoles de hoy priman la autonomía personal sobre tener hijos: a la hora de la verdad, valoran viajar, poseer un piso, disfrutar del ocio en restaurantes, cines y teatros, más que procrear. Parece que la disposición al sacrificio personal se ha desvanecido, con trágicas consecuencias para el conjunto social.

 

No le faltan razones ni argumentos a la Red Estatal de Entidades de Familias Monoparentales en su demanda de medidas de apoyo a las madres solteras. Porque el futuro de la sociedad española pasa por una renovación moral profunda; en las actuales condiciones, las medidas de tipo técnico, las ayudas económicas, siendo imprescindibles, no resolverán el problema, pero sí ayudarán a esa imprescindible renovación.