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No esperábamos, la verdad, tanta sorpresa ni tanta indignación por la decisión de la Justicia de que, en la final de Copa, se pueda acudir al estadio Vicente Calderón portando banderas separatistas catalanas. Cabe la sorpresa ante lo nuevo, ante lo inesperado, ante lo inédito; pero sorprenderse por lo que es norma, por lo habitual o frecuente, lo que denota es un análisis poco afortunado y realista del que se sorprende. Ante este nuevo episodio de menosprecio a los símbolos de la Patria, ante esta nueva ofensa hacia todos los españoles, lo único que cabe es el bostezo, o como mucho, un levantamiento de ceja a lo ZP.

 

 

Porque, como les vengo diciendo, desde la muerte de Franco hasta hoy mismo, no otra cosa se ha venido haciendo en España, a nivel político, que intentar destruir España. Lo intentaron ya aquellos prohombres del franquismo que quisieron aggiornarse, y que desde el contubernio de Munich hasta ese otro camelo del "espíritu del 12 de febrero", vieron que el momio del resto de sus vidas pasaba por hacerse demócratas de carnet al minuto siguiente de morir el Jefe de Estado. El mismo 21 de noviembre de 1975, algunos pasaron de lamer las botas del general a preguntar para cuándo la legalización del Partido Comunista. Fueron los grandes consentidores, y en últimas instancia los mayores culpables, del proceso imparable de destrucción de la Patria que siguió a aquellos días.

 

Desde entonces, insisto, lo que ha habido es una continua lapidación de España. Primero se aprobaron las autonomías, con sus respectivos estatutos, abriendo la espita de las nacionalidades (es decir, de las naciones) que explica el aquelarre separatista de hoy. Después, el Estado abjuró de sus responsabilidades básicas, dando todas las competencias fundamentales a esos entes corruptos que son las comunidades autónomas. Y después, haciendo protagonistas de la vida pública española, en el Parlamento y en la calle, a unos dirigentes separatistas cuya única razón de ser es la muerte de España y el fin de nuestros derechos y libertades básicas. Esto es lo que se ha venido haciendo desde hace más de 40 años, con el protagonismo indiscutible, y casi exclusivo, del PSOE y del PP.

 

Ahora se sorprenden algunos de que haya un juez que permite unas banderas abiertamente inconstitucionales en un estadio de fútbol, cuando en ese mismo estadio, y en otros, se ha pitado al rey, se ha abucheado el himno nacional y se han hecho intento de quemar la única bandera que nos representa a todos. Ahora se sorprenden políticos y medios de comunicación que han contribuido activamente durante décadas a establecer el clima de opinión pública según el cual todo se debe admitir, todo es legítimo, todo vale, porque estamos en democracia, y la democracia está por encima de cualquier cosa, de las leyes, del orden, de la paz, de la libertad, de la vida humana. La democracia, según los actores principales de la política y la sociedad posmodernas, es el único concepto que merece respeto en la España surrealista y profundamente imbécil en la que vivimos hoy.

 

Bajo el paraguas de la libertad de expresión se cuelan las acometidas finales del proyecto de romper España, pero esa libertad de expresión no arropa la presencia de otras banderas, como la rojigualda con el Águila de San Juan de los Reyes Católicos. Se puede llevar una bandera estelada, una bandera republicana o una bandera con la hoz y el martillo, todas ellas ilegales, inconstitucionales y antidemocráticas por igual, pero intente usted meter en un estadio una bandera de la Falange o de otros partidos patriotas, que ya verá. Incluso una inocente bandera de España, con su escudo constitucional en medio, ya le valdrá miradas de desprecio o incluso alguna palabra gruesa. Hemos hecho entre todos una España idiota, sin medio centímetro de sentido común y dispuesta enteramente a destrozar todo lo bueno que habíamos construido.

 

Y ahora se escandalizan de que un juez permita que entren banderas esteladas, separatistas, antiespañolas, en la final de la Copa del Rey, donde naturalmente estará su Majestad Felipe VI. ¿Qué hará usted, Majestad, si medio estadio empieza a silbarle? ¿Qué hará cuando comiencen a ondear por miles unas banderas que, básicamente, lo que están haciendo es invitarle a usted y a su familia a hacer las maletas y buscar un destino mejor, probablemente Roma como su bisabuelo? ¿Qué hará usted, señor, cuando compruebe que se está usando un simple partido de fútbol para una declaración colectiva de odio a lo español, a nuestros derechos y libertades, a nuestra sagrada Patria, a todo lo que nos pertenece y forma parte de nuestro acervo cultural desde hace siglos? Intuyo, majestad, que hará como se viene haciendo desde hace 40 años para regocijo de nuestros enemigos: cruzarse de brazos y sonreír.