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La noticia de la muerte de Adolfo Suárez no es importante solamente porque se trate de uno de los seis presidentes de la actual democracia, sino porque es, posiblemente, el más importante de todos ellos. Y lean en la palabra "importante" el sentido de "transcendental", es decir, ejerció la presidencia de una manera que ha resultado decisiva para que nuestro sistema político esté en el punto actual.

 

 

Lo primero que tengo que decir es que espero que Suárez descanse en paz. Y se lo deseo de corazón, como a todos los que atraviesan el portal que separa la vida terrenal de la otra. También transmito mi más sincero pésame a su familia. Hoy quiero pedir, a todos los participantes en este programa, se mantengan en la línea de respeto a las personas que les vengo pidiendo desde el día en que me hice cargo de la dirección de Sencillamente Radio. Juzguemos, sobre todo, los actos y no tanto a las personas. 

 

Y si nos centramos en los actos, tengo que ser sincero y decir que no comparto, en absoluto, la línea de actuación política que caracterizó a Adolfo Suárez en sus dos legislaturas como presidente del Ejecutivo. Suárez ha pasado a la Historia de España como el gran artífice, junto al rey Juan Carlos, de la Transición. Yo, en cambio, considero que ha sido el artífice principal de la inminente ruptura de la unidad de España, y de los vicios más lacerantes que padece nuestra sociedad de hoy.

 

Porque Suárez, que venía del franquismo, se empeñó como nadie en destruir todo resto del régimen anterior, fuera bueno o malo, para aparentar que era lo que nunca había sido, esto es, un demócrata. No dudó en condenar el comunismo para terminar pactando, sobre todo con Carrillo, el sistema que borraba de un plumazo los crímenes de Paracuellos y abría las puertas de par en par al socialismo y al separatismo catalán y vasco. Derribó el gran edificio nacional para levantar esta cochambre que hoy tenemos, y a la que algunos, supongo que irónicamente, llaman democracia parlamentaria.

 

Suárez tuvo en su mano la construcción de un sistema que, sin ser dictatorial ni autoritario, blindase los valores eternos de nuestra patria, protegiéndolos de sus peores enemigos. Pudo garantizar la indestructible unidad nacional, y no lo hizo. Pudo hacer presente nuestra identidad católica como referente moral de la acción legislativa, y no lo hizo. Pudo prohibir, ya en la Carta Magna, la comisión del delito de aborto, y no lo hizo. Pudo poner las bases de la justicia social que él mismo había conocido, en primera persona, y que parieron mentes falangistas, y no lo hizo. 

 

Al revés: hizo todo lo contrario. Renunció a todo eso por el poder, y solamente por el poder. Entregó España a sus peores enemigos, a los más destructivos, a los que él sabía que la iban a terminar dando el tiro de gracia, como así ha sido. Carrillo, Felipe González, Jordi Pujol, Arzallus, Bandrés..., todos estaban encantados. Se lo puedo asegurar porque estoy consultando hemeroteca de la época: todos estaban felices con la presidencia de Suárez, porque sabían que era efímera y que después, una vez montado el chiringuito institucional, lo demás sería coser y cantar.

 

Alguien me dirá que gestionar la Transición no era tarea fácil. Es posible. Seguramente no era fácil. Pero en política, como en la vida, hay una cosa principal: la coherencia con aquello en lo que uno cree. La coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace. Se vive como se piensa, porque de lo contrario terminarán pensando según vives. Y Suárez pudo poner los cimientos de una España muy diferente a la que hoy padecemos. Una España que recogiese los abundantes frutos del régimen anterior para ponerla en el siglo XXI como una nación europea, pero con una identidad propia. Socios de casi todos, pero capaces de gestionar nuestro propio bienestar sin depender de otros.

 

No es hoy día para palabras gruesas, en realidad nunca lo es. Insisto: respeto a la persona. Pero mentiría, y sería irresponsable como periodista, si hiciera un análisis político distinto al que han escuchado. Los que somos patriotas, los que ponemos a España muy, muy por delante de la democracia, hubiéramos preferido un primer presidente del Gobierno con el espíritu, la cabeza y el corazón que tenía, por ejemplo, Blas Piñar, a quien hemos perdido también hace pocas fechas. Ambos mantuvieron acalorados debates en el Congreso de los Diputados. Pero los dos tenían una manera muy diferente de luchar por España. En realidad, una manera muy distinta de ser españoles.

 

Y hoy pregunto a los oyentes de este programa: ¿Creen que Adolfo Suárez merece ser recordado como un buen presidente del Gobierno?

 

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  presentador de Sencillamente Radio

  

Rafael Nieto es el director del programa de debate “Sencillamente Radio” de Radio Inter de Madrid (programa que se emite todos los domingos de 08:30 a 11:30 horas en esa emisora en el 918 de AM, Internet: http://www.intereconomia.com/oir-radio-inter ), y en el que participan habitualmente distintos militantes del Sindicato TNS.