El autobús pasa. Y con sus emblemas irreverentes y con la efigie del que quisieran borrar de la Historia, irrita al mismo partido que lo asesinó.
El autobús pasa. Y exhibe su insolencia frente a los edificios de los poderosos, frente a la histeria de las taradas, frente al berrinche de los degenerados, frente al egoísmo de los cobardes, frente al odio de los chequistas...
El autobús pasa.
Y su presencia pone frente al espejo de su mezquindad a los protestones de barra de bar, a los patrihorteras de pulserita y mal menor, a los que nunca colaboraron en nada y siempre critican a los que lo intentan. A los traidorzuelos en busca de poltronas color pistacho, lameculos de una monarquía de chichinabo y de una Constitución de trileros.
El autobús, bajo la canícula, pasa.
Y su presencia es el recuerdo y el homenaje a los que cayeron por España y su Revolución, a los proscritos por leyes sectarias, a los sepulcros profanados por las hienas revanchistas...
El autobús sorprende a los desinformados y a los alienados por las teles mendaces y por los periódicos de pesebre.
El autobús, con su insólito mensaje, les descubre que hay otra forma de entender la política distinta al indecente mercadillo partitocrático.
Les anuncia que el capital no debe ser el tiránico pretexto de los explotadores sino una herramienta al servicio de la producción nacional. Que la banca privada es el cáncer del mundo. Que el Trabajo no es una mercancía sino un atributo de la dignidad humana. Que la Patria no es el teatrillo estridente de los cipayos uniformados al servicio de la OTAN sino la comunidad de destino de un Pueblo.
Que sin Pan no puede haber Patria. Que sin Justicia no puede -ni debe- haber Paz.
El autobús pasa...
José Luis Antonaya
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